Es lo que se leía en la cara del Real Zaragoza desde que Morcillo acortó distancias y puso el 1-2 en el marcador. Fue un grito unánime tras el gol de Quique que devolvía la igualdad y resucitaba el pánico. Del 0-2 al 2-2 y al infierno de siempre, con una segunda parte por delante de seguro derrumbe físico como mandan los cánones zaragocistas. Que se acabe esto, por favor, se suplicó por todas las esquinas del campo mientras César Láinez comunicaba sin éxito a sus jugadores que estaban enfrentándose a diez, que el Almería se defendía con uno menos desde el minuto 69. Que se acabe esto retumbaba en los pulmones y en las piernas de un equipo esparcido sobre la hierba, de un velocista malviviendo en un maratón. Sin aliento, sin fútbol más allá de ese amanecer caníbal en el partido, sin nada salvo dos goles de bandera de Edu Bedia y Ángel y un par de estupendas acciones personales de Zapater y Cani para lucimiento de Casto, el conjunto aragonés sumó un punto tan lamentable como valioso en su lucha por huir del descenso.

Que se acabe la temporada lo antes posible, y también esta plantilla que malparió la Fundación y que ahora ha entregado medio muerta al bueno de Láinez. El entrenador es el único que ha entendido los problemas, que les está poniendo soluciones y parches, pero su ambición novel y emocional y sus buenas intenciones colisionan contra un Real Zaragoza con los defectos de forma de su gestación a flor de piel: el corazón le bombea sangre a cuentagotas. Así no se pueda jugar, así no se puede vivir ni en Segunda División. Al borde del colapso y con mal menor, hay que brindar por el empate como beneficio monumental. El brindis, por favor, a puerta cerrada.

El latigazo de Edu Bedia y la cuchara de oro de Ángel, facilitados por un pase de Cani y una magnífica asistencia de Pombo por el ojo de la aguja, enviaban al Real Zaragoza directo a la victoria y al Almería al diván del psicoanalista tras el pistoletazo de salida. Todo lo contrario. Feltscher y Ros animaron al equipo de Ramis, uno por la pésima interpretación de sus limitaciones y el otro por adornarse con florituras en mitad del fuego enemigo. No estuvieron solos para colaborar en la reanimación de su adversario. El resto de sus compañeros comenzaron a resoplar, a empalidecer sin balón, a replegarse culones y a lanzarse hacia arriba imprecisos y acelerados.

La hiperventilación se apoderó de sus vías respiratrorias y se produjo el tradicional síncope, esta vez mucho antes del descanso. Cuando el Almería se quedó con uno menos, con 21 minutos por delante, Láinez metió a Dongou y a Edu García para sumar efectivos en ataque (por cierto, ¿y Samaras? Ya ni calienta junto al banderín con mala gana). Pero restaron contagiados por un colectivo horizontal, incapaz de crear una sola ocasión, muy asustado, mucho. Temeroso de un contragolpe, que se produjeron, que lo dejara sobre el alambre del descenso y sin red.

En ese estado de lamentable flaqueza de recursos, constreñido y apocado, inconsciente de su superioridad al menos numérica, se le pasó por la cabeza un canto de sirena que escuchó y siguió: que se acabe esto, por favor. Y se acabó. Se salvará de esta manera tan poco honrosa y un día después alguien dirá que comienza un nuevo proyecto, una era distinta, un Real Zaragoza para regresar a Primera División. Serán los mismos que han confeccionado esta tremenda farsa. Vendrán con otra plantilla y otro entrenador, con gente honrada y profesional a la que se expondrá publica o sibilinamente al mínimo revés. Que se acabe esto, pero de verdad. Si es posible que cambie de manos.