Es misión imposible encontrar a alguien que diga algo negativo de Cezary Wilk. Esa unanimidad se da con el polaco, todo un caballero. Se daba en el Deportivo y se da en el Zaragoza, al que llegó en el verano del 2015 y con el que acabó ayer su vínculo por culpa de su rodilla derecha, con la que empezó su calvario de tres operaciones aquel maldito 24 de octubre de ese año en Montilivi. Wilk, al final, tiró la toalla, algo que era palmario desde hace unas semanas, cuando se veía claro que la articulación no resistía la intensidad del fútbol profesional.

«Me tengo que retirar ya por culpa de mi rodilla, que no funciona como yo quiero. Me falla muchas veces en el campo. Después de un entrenamiento, estoy en casa con dolor. Y así no se puede seguir. Es un día triste para mí. Acaba una etapa de mi vida, pero mañana voy a volver a despertar y empezará otra. La vida es así». Con esas palabras, acompañado en la mesa por el presidente, Christian Lapetra, con Lalo Arantegui, director deportivo, y toda la plantilla, cuerpo técnico y personal médico en la sala de prensa, dijo Wilk ayer adiós.

«Quiero decir ‘muchas gracias’, primero al club, que me ayudó muchísimo desde mi primera lesión aquí en Zaragoza hasta este momento. También gracias a mis compañeros, por vuestro apoyo cada día. Muchísimas gracias, chicos». Ahí empezó una ovación de medio minuto, cerrada, intensa y emocionante, donde Wilk miraba a la sala y sonreía. El ya excentrocampista, que cumplió 32 años el 12 de febrero, es un tipo educado y amable, pero poco dado también a mostrar sus sentimientos. Con todo, se adivinaba en su rostro la emoción del momento.

Con el mismo buen talante con el que aceptó su salida del Deportivo en el 2015, un año después de lograr el ascenso, o con la misma fortaleza con la que asumió las tres operaciones del cruzado en su rodilla (en noviembre de 2015, en septiembre de 2016 y en abril de 2017). Con esa sonrisa que siempre le acompañaba a su llegada a la Ciudad Deportiva, con un trato cariñoso y educado tanto con el primero de los dirigentes como con el último de los utilleros, con ese carácter que le hizo ganarse de pleno al vestuario en estas tres temporadas donde solo pudo jugar 13 partidos oficiales, 10 de ellos de Liga. Todo eso lo mostró en su despedida.

«Es una decisión que crece en mi cabeza durante los últimos 6 meses. Estaba intentando volver, luchando y peleando, pero cuando tenía el dolor, cuando me despertaba por las noches tres o cuatro veces porque me dolía, ya sabía que algo iba mal. La decisión definitiva la tomé hace dos o tres semanas», aseguró. Wilk volvió a entrenarse con el grupo en diciembre, pero ya en enero, conforme subió el tiempo de trabajo y la intensidad, los dolores aumentaron. A finales de ese mes volvió a ejercitarse al margen y el 31 obtuvo el alta médica en la Clínica Fremap de Majadahonda. Era un alta, por así decirlo, ficticia, porque el jugador y el club ya sabían que esa rodilla no aguantaba. El retraso del anuncio de su adiós solo se debió a los trámites burocráticos para su baja.

«Me quedo con los recuerdos buenos. Con mi primer gol en Segunda... y único (al Almería en La Romareda). Y con que siempre estuve con buena gente aquí», espetó Wilk, que reconoció el gran comportamiento del club, que recién operado el año pasado le ofreció una campaña más. «Me renovaron el contrato cuando estaba lesionado por tercera vez, me dieron la mano, me dijeron que podía estar de nuevo con mis compañeros... No tengo palabras para eso, fue muy importante para mí».

Y acabó con un deseo. «Tengo ganas de poder celebrar algo al final de temporada con mis compañeros. Celebrar algo de verdad. Cuando la Liga acabe bien, como queremos todos, creo que Pombo preparará algo bueno», bromeó. La fiesta que prepararía Pombo si se sube sería de las de época. Y un tipo como Wilk se la merece.