Están los que tenían que estar (Brasil, Francia), los que se sospechaba que estuvieran (Bélgica, Croacia, Uruguay), pero faltan selecciones que han asistido en Rusia al final de una época. Parece mentira, pero el éxito te convierte en prisionero de los héroes que lo firman y ni Alemania, la actual campeona, despedida en la primera fase, ni España, la anterior campeona, han sobrevivido a esa difícil gestión de vivir en el paraíso.

El Mundial, que ha permitido descubrir una organización perfecta y un VAR, pese a sus imperfecciones, que hace un fútbol más perfecto, se ha llevado por delante a colosos que se creían indestructibles, dejando víctimas que tardarán tiempo en recuperarse. Quizá ni cuatro años (Qatar aguarda en el 2022) sean suficientes, mientras Brasil, que viene de una tragedia nacional ­-­el Mineirazo evocó el drama del Maracanazo- se ha repuesto a tiempo de la mano de Tite, un técnico que entiende el fútbol como una cuestión de trabajo.

Mucha samba, mucha alegría, pero organización y método para que la seleçao, que empieza a ver la mejor versión de Neymar mientras disfruta de un inmenso Coutinho, se cosa el 15 de julio en Moscú la sexta estrella en su corazón. Pero antes le aguarda Bélgica, a quien se lleva años y años esperando, convencido de que el fútbol de que esa generación de grandes jugadores (Courtois, De Bruyne, Hazard, Mertens, Lukaku...) tendrá que explotar algún día.

De la mano de Roberto Martínez ha construido una selección moderna, competitiva, dúctil, capaz de jugar con varios planes, y que se siente esperanzada ante el momento de la verdad. Quizá no vuelva a encontrar tal nómina de talentos a la vez, por lo que Brasil supondrá la frontera que determinará su utopía.

Es, por lo tanto, el duelo entre el pasado que es siempre presente (Brasil) contra el futuro (Bélgica), si es que llega algún día. El viernes, en Kazán, llegará la respuesta. El mismo viernes, poco antes y en el estadio de Nizhni Novgorod, Mbappé tendrá la puerta abierta para demostrar si ha venido, con apenas 19 años, para derribar muros y ser el dueño de la Francia, que debía ser de Griezmann. Es Francia-Uruguay. Es, por lo tanto, un país de tres millones y medio de personas con un venerable y sabio maestro al frente (Tábarez), que tiene a dos sabuesos del gol. Suárez, el azulgrana, está a punto, y Cavani, con una lesión muscular en el inolvidable duelo con Portugal, quiere derrotar a los tiempos que marca su cuerpo.

Por el otro lado del cuadro, el amable, el que desperdició la triste España de Hierro, va la Croacia de Rakitic y Modric, dispuesta a acabar con el sueño de toda Rusia, mientras Suecia vive feliz sin la dictadura de Ibrahimovic. No solo echó a Alemania sino que se asoma ufano a los cuartos. Como Inglaterra.