José María Díaz del Cuvillo procede de un mestizaje de raíces muy vinculadas al mundo de la caza. Su padre, José María Díaz, piloto de profesión y también cazador, emigró al sur para montar un campo de aviación. Allí conoció a su mujer, que al igual que él procedía de una familia de cazadores. Su tío abuelo, José Ramón Mora-Figueroa, fue el segundo español en conseguir la perdiz número 100.000, uno de los trofeos más importantes de la caza menor que se otorgaban en aquella época.

José María Díaz del Cuvillo, que ejerce la abogacía en la capital aragonesa, se inició en la actividad cinegética en el club de tiro Pichón de Zaragoza, por donde han pasado algunos de los mejores cazadores de Europa. Sus comienzos estuvieron marcados por la práctica de la "retranca", una actividad prohibida hoy en día pero que hace años era casi un rito iniciático para los más jóvenes. Consistía en colocarse por detrás de la línea de puestos y capturar las piezas que venían de la fila de ojeo. Otra práctica usual para curtirse en la caza era el "encare a conejo parado".

Cambio de actitud

Este cazador se define como un conservador del medio y de las especies animales. "La mentalidad de los cazadores ha experimentado un cambio impresionante en este sentido", explica Díaz del Cuvillo.

"Hace años, en el castillo de Arcos de la Frontera, tenían Foxterriers para liberarse de la multitud de culebras que había en la zona y que entraban en los edificios", señala del Cuvillo con la distancia con que se habla del pasado. Frente a este comportamiento, sigue relatando, su esposa, Carmen Arnal, se encontró recientemente por los bosques de Inglaterra con una enorme culebra. La diferencia era que en el mismo lugar había un letrero con un número de teléfono para advertir al personal de recogida de animales, de modo que llamaron y no tardó en llegar un experto que se encargó de poner a buen recaudo al reptil.