Al final, nada es por casualidad. Hasta que en verano a Agapito Iglesias y a su íntimo amigo Luis Carlos Cuartero, por aquel entonces potentado del área deportiva, hoy solo aprendiz de instigador y siempre cómplice con mayúsculas, se les ocurrió contratar a Paco Herrera para pilotar el regreso a Primera, el entrenador más triste de la historia reciente del Real Zaragoza tenía el currículum que tenía. Dicho con el mayor de los respetos, había dirigido al Badajoz, Numancia, Mérida, Albacete, Poli Ejido, Recreativo, Castellón, Villarreal B o Celta, donde alcanzó el cénit con 60 años. Ahora tiene 61 y es como si en unos meses hubiera envejecido veinte. Está superado. El Real Zaragoza, este Real Zaragoza de los líos, esta SAD de propietario imputado, en ebullición constante, permanentemente denunciada y más protagonista en los juzgados que en el césped, le ha venido muy grande.

La situación a la que ha llevado al equipo, a un punto muerto de no retorno, con cada vez peor aspecto, exigiría una única medida. Su destitución. Pero el Real Zaragoza no tiene un duro y con los pocos que le quedan bastante tiene con ir pagando nóminas y gastos corrientes mientras reza a la Divina Providencia a ver si llueven billetes. A Herrera le ha devorado el monstruo de Agapito, como a todos. Trabaja en pleno campo de batalla, en el peor clima posible, pero él lo está haciendo horriblemente mal. Ha hecho regulares a los futbolistas medio buenos, pésimos a los regulares y espantosos a los flojos.

Aun siendo eso importante porque exigiría un cambio inmediato ante el riesgo máximo de tragedia deportiva con el equipo en estas manos, lo trascendental para el futuro no es eso. Es que Agapito Iglesias ya ha comunicado a sus más íntimos que va a desprenderse del club. Sus imputaciones y el magnífico embrollo en el que está metido le han llevado a un callejón sin salida. La luz al final de este túnel ignominioso empieza a atisbarse. Podría haber sido por las buenas. Será por las malas. Pero será.