Era final de octubre y la semana desembocaba en Valladolid. Presuntamente, Milla se jugaba el puesto en aquel partido de Zorrilla. Pero su sentencia estaba redactada de antemano, era firme y no cabía apelación. El 0-0 y un planteamiento ultraconservador solo fueron las gotas que colmaron un vaso que ya estaba colmado. La defensa que Juliá hacía entre muros del entrenador turolense, aparentemente decisiva para que se sentara en Valladolid, no era tan sólida. La confianza tenía grietas. Milla no necesitó perder para ser destituido.

Han pasado tres meses desde que el Real Zaragoza prescindió de su primer técnico de la temporada y el segundo se vuelve a jugar el puesto el domingo contra el Lugo. La situación de Milla y la de Agné tiene muchas similitudes: la pérdida de confianza por parte de la SAD, la decepción con su figura y la imponente brecha que sus planteamientos y los malos resultados han abierto con sus jefes. Pero existe un matiz: Milla estaba en el corredor de la muerte para no salir y aunque Agné ocupa una celda de similares características y las causas de la condena son muy parecidas, por lo que lo normal sería que su destino fuese el mismo (su destitución ha estado debatida desde la derrota de Murcia), tiene una oportunidad real para volver a ver amanecer el lunes.