Se le podría perdonar a Raúl Agné como buen aragonés la tozudez con la que se ha comportado en algunos planteamientos y manifestaciones. Insistió, por ejemplo, en aquel doble pivote con Zapater y Valentín, que le costó las derrotas de Tenerife y Murcia, que no se lo llevó por delante de milagro. Bueno, porque ni Juliá ni el momento lo aconsejaron. Acható al equipo, lo hizo feo, sin entenderlo. Se obligó, no obstante, a corregirse pronto y no ha vuelto a incidir en aquello. Más bien ha aprendido, volviendo sobre sus pasos hasta el principio, cuando llegó, cuando quería que su equipo atacara, marcara goles y ganara partidos por encima de cualquier cosa. Mejoró ante el Lugo, se desmelenó en Huesca, utilizó ayer todas sus balas en busca del buen resultado que mereció. Su rectificación no fue completa, sin embargo. El fútbol, tan lógico en el tiempo, ha vuelto para avisarle de que si no rectifica, acabará con su carrera en La Romareda, engullirá para siempre al portero y despedazará las penúltimas ilusiones de un Zaragoza que crece en fútbol pero se sigue equivocando en decisiones individuales.

La obstinación de Agné le ha impedido borrar a Irureta, al que ha defendido repetidamente, llegando a culpar al mundo de los errores de un guardameta con el que no debería contar más. «Lo de Irureta no es un problema de la gente, es vuestro. Quien lleva ese debate al campo sois vosotros», dijo un día en referencia a la prensa. Hay poco que explicar por aquí.

Argumentó también Agné en su incomprendida defensa del portero que la gente le ha cogido manía a Irureta por una especie de excepcionalidad zaragocista que impide a su afición analizar con ecuanimidad las actuaciones de sus guardametas. «Aquí el portero siempre ha sido un problema, esto es una realidad que todos sabemos. No es el problema de Irureta, es un problema endémico de la historia del Real Zaragoza», dijo hace días el entrenador, empeñado en su apuesta por un portero excéntrico y torpón, que ha cometido errores graves desde el primer día que pisó La Romareda. No es nuevo, ya tuvo que salir de Eibar por una situación idéntica. Nadie se lo inventó en Ipurua. Fue Irureta, él solito, el que fue héroe y villano. Cuando dejó de parar y se puso a pifiarla, lo señalaron. Luego lo quitaron. Al final lo echaron. Lo normal.

Es evidente que la gente no se fía de él, se lo ha ganado a pulso. Ni la afición lo quiere, ni el portero ha rendido. Se equivocó gravemente ante el Eibar en pretemporada, la pifió en el primer partido de Liga ante el UCAM Murcia, desbarró en Lugo y se columpió en los últimos minutos ante el Huesca. Cuatro partidos bastaron para saber por dónde iba el asunto. Hay poco que discutir sobre sus actuaciones, se ven las cantadas a la legua. Más cuesta explicar la insoportable sensación de inseguridad que transmite, que tiene a la grada asustada y a la defensa inquieta.

Enmienda incompleta

La revisión última de Agné no fue total. Dejó a Irureta en la portería, y al Zaragoza con un gravísimo problema. El técnico prefirió al vasco y se cepilló a Ratón mientras el club buscaba una solución. La encontró en Saja, que lleva tres semanas en el banquillo. En dos de ellas, Irureta ha sido una rémora para el equipo aragonés. Ante el Lugo se zampó un gol lejano de Fede Vico cuando el partido agonizaba. Ayer protagonizó una imagen de esas que darán la vuelta por las televisiones del mundo durante unos días. Se podría completar con otra de la segunda parte que más pareció una broma que una realidad. Pareció un espectáculo de humor a un cuarto de hora del final para rebajar la tensión del momento.

«Se tomarán las medidas que se tengan que tomar, pero no es cuestión de señalar», dijo ayer Agné. Está equivocado. Sí es cuestión de señalar, y de acabar con una tomadura de pelo que al Zaragoza le ha quitado muchísimos puntos. Ha venido Saja para eso. Pues adelante con Saja. Y adiós a Irureta, tan culpable de ser mal portero como su entrenador de ponerlo.