El Atlético de Madrid, como antes el Barcelona y el Real Madrid, ha decidido prescindir de la bazofia humana en sus estadios. Ha tenido que producirse un repugnante y dantesco aquelarre de hienas devorándose a sí mismas junto al Manzanares para rescatar a la lucidez de las tinieblas y los miedos. La muerte de Jimmy, que no era precisamente un santo, y la bochornosa liturgia de su asesinato a palos, ha sacudido la conciencia del club rojiblanco y de su directiva. Frente Atlético nunca más. El Deportivo, sin embargo, se ha mostrado más condescendiente con sus Riazor Blues. Se la ha cogido con papel de fumar, con extrema delicadeza, y les ha castigado con una reprimenda que provocaría la carcajada de cualquier delincuente frente al juez.

La violencia en el deporte solo admite mano de hierro. Los inocentes son legión, pero los culpables carecen de moral, se mimetizan tras una bandera, captan imberbes simpatizantes y van armados de ira. Mientras un ultra entre en un campo de fútbol o sea acunado por los regidores del equipo fuera de él, miles de aficionados deberían de temer por sus vidas. El Atlético ha hecho lo correcto después de equivocarse durante décadas; el Deportivo insiste en la ambigüedad, aferrándose de esa forma a un anacronismo muy peligroso de entender el amor por unos colores. En algún momento tendrá que unirse a esta corriente de intolerancia social hacia las minorías que veneran la agresividad bajo pieles de corderos.

Y ahora, caballeros, a seguir el ejemplo. No por el qué dirán, sino por vergüenza y coherencia con una ciudadanía que desprecia estos códigos de comportamiento animal. El fútbol no puede servir de coartada para eludir responsabilidades, presentándolo como un espectáculo sacrosanto, ajeno a lo cotidiano. Es bello y magnetiza, pero por mínimas que sean sus cloacas, da cobijo a un buen número de ratas. Los clubs, las fuerzas de seguridad, los gobiernos y esos jugadores que se fotografían a conciencia con los extremistas o sus cachorros han de elevar al máximo los niveles de seguridad de quienes manifiestan la pasión por su equipo con cariño y respeto. O del que pasaba por allí sin saber lo que es un fuera de juego.

Mañana mismo, todos los campos de España deberían ser esterilizados de estos movimientos putrefactos por muy dispersos que se presenten en la grada, por mucho tifo y cántico que compongan para hacer del partido su partido. Con los presidentes a la cabeza y Villar al frente. Ya es hora de salvaguardar la decencia y de proteger al espectador histórico de todo tipo de amenazas. El Frente Atlético ha muerto. No cierren la tumba aún, por favor.