Era el único capaz de pasearse por el paddock de la catedral de Assen, en Holanda, con una camiseta con 21 chicas dibujadas graciosamente mostrando todo tipo de pechos y que nadie reparase en la estampación. O sí, y le guiñase el ojo con la complicidad que vivíamos los encuentros con el ya mítico Ángel Nieto. Era el único capaz de regresar de unas vacaciones en la República Dominicana y aceptar el reto de lucir esa zamarra en Assen después de que un colega de batallas miles (sí, alguna nocturna, pues, como dice Valentino Rossi «Ángel era capaz de noquearnos a todos a las cinco de la madrugada») le regalase la camiseta y le retase a que la luciera en la catedral.

Ángel formaba parte de nuestras vidas en el Mundial, una ciudad de 2.000 habitantes que se monta y desmonta 18 fines de semana al año en los lugares más recónditos del mundo. Y ahí estaba Nieto, con su motito eléctrica, casi de bolsillo, paseándose por el paddock, pendiente de todo, como si buscase que alguien le necesitase y no solo mirando por el rabillo del ojo cómo les iba a sus hijos mayores, Gelete, coach del team Avintia, y Pablete, mano derecha de Rossi en el equipo VR46 de la Academia de Tavullia.

Nieto, que nos ha dejado tras no poder superar el accidente más absurdo que se ha producido en Ibiza, que nos ha dejado como nos dejaron Michael Schumacher (o casi) y Nicky Hayden, después de pasarse la vida a 300 kilómetros por hora (¡las motos peligrosas! ¡la F-1 temible! ¡el peligro está en la vida diaria!), solo fue intervenido mientras corría en una ocasión, en 1984, después de ganar su último título.

Había sufrido, como contaba, la fractura de 17 huesos (clavículas, escafoides, tibias, pelvis…) y solo los malditos escafoides le habían retenido en el banquillo durante seis meses, pues no había manera de que los huesos, los injertos, se pegasen y esa muñeca dorada volviese a retorcer con eficacia el puño del gas. De esas cosas y mucho más, del progreso de su pequeño Hugo, el chaval de ahora 15 años que va para tenista, fruto de su segundo matrimonio con Belinda, era de lo que Nieto hablaba con nosotros y, por supuesto, con sus amigos campeones, como Sito Pons, que sí tiene el Príncipe de Asturias (1990), Jorge Martínez Aspar, uno de sus favoritos, Álex Crivillé, al que no cesaba de mimar y Emilio Alzamora, al que había convertido en campeón.

Con ellos y con todos los que nos acercábamos para compartir su casi callejera sabiduría. Por eso, cuando te lo encontrabas en mitad de una exposición, en memoria de las carreras en Jerez, él se partía de risa tras explicar una de sus miles de anécdotas, que había repetido miles de veces, con audiencia distinta cada vez. La misma que captó cuando, esa misma mañana, le pidieron que se subiese a un descapotable rojo y compartirlo con otro de sus chicos mimados, Marc Márquez.

Es posible que cuando compartía sonrisas con sus hijos, Pablete, Gelete, Hugo, delante de todos, marcando el futuro, y el divertido Fonsi, su sobrino del alma, les contase que él, de pequeño, jamás tuvo Reyes nuevos. «Mis juguetes -solía contar- estaban hechos a mano. En casa éramos muy humildes, pero mis padres se desvivieron para que jamás nos faltase un plato en la mesa. Y mis hermanos estudiaron, yo era otra cosa. Yo solo pensaba en las motos. Fui fontanero, electricista, carpintero y, ahora mismo, soy el rey del bricolaje. Empecé a currar con 12 años e, incluso, trabajé en una farmacia, ¡lo sé todo!, pero en cuanto entré en Derbi empezó mi auténtico sueño».

Ese sueño, cuyo final empezó en ese pequeño vuelo desde el quad, tuvo como colega de viaje, amigo y, a veces, rival, al mismísimo Giacomo Agostini, que anteayer, a las 21.35 horas, lloró amargamente cuando le comuniqué lo que ya le había anunciado el mismo día en que Nieto ingresó en la Policlínica de Nuestra Señora del Rosario: «tu amigo está mal, Ago, muy mal». Nieto y Agostini se cruzaban en cada circuito y siempre se reservaban un cuarto de hora de gloria para compartir su visión del motociclismo actual.

Cuando no estaban ellos, nos faltaba algo. Nieto y Ago, los dos máximos campeones de la historia, mediterráneos ambos, divertidos, organizaban cada año, el viernes del GP de España, una fiesta en la finca que Agostini posee cerca del trazado andaluz. Y ahí, los dioses de las dos ruedas se dejaban manosear por sus amigos y también por los chicos que, a la mañana siguiente, intentaban imitarles sobre el asfalto. Pero ser Nieto o Ago no es fácil. Uno puede parecerse a ellos en la pista pero ese carisma tan suyo es inigualable, se tiene o no se tiene.