Ni Triple Corona para Fernando Alonso, ni actuación estelar de Alex Palou. Las 500 Millas castigaron al asturiano con problemas mecánicos y al catalán, con un accidente de novato. Los honores de la carrera, la botella de leche, el espectacular trofeo Borg Warner fue para Takuma Sato, dos años después de ser el primer japonés en ganar la histórica y mítica carrera de Indianápolis, en el 2017.

Solo faltó el público, esos 400.000 espectadores que hacen únicas las 500 Millas de Indianapolis. El resto de los ingredientes de esta incónica carrera se mezclaron como suelen: media docena de accidentes y neutralizaciones, líos en el pit-lane, averías mecánicas y un carrusel de nombres en el liderato durante tres horas trepidantes. El primer accidente no se hizo esperar. James Davidson se estrelló contras las protecciones a los cinco minutos de una carrera planteada a algo más de tres horas. Marcus Ericcson —segunda participación en las 500 Millas— provocó la segunda bandera amarilla. Y poco después fue el turno para la salida de pista de Dalton Kellett. Mucho más serio fue el cuarto accidente, cuando Oliver Askew golpeó con violencia contra las protecciones —fue trasladado a la clínica del circuito pero sin consecuencias— al tiempo que Conor Daily también perdía el control de su coche a muy pocos centímetros del monoplaza de Alex Palo.

El coche de Alonso falló

El catalán se mantuvo alrededor de los 10 mejores durante las 100 primeras vueltas, un pelotón de cabeza que casi siempre lideró el gran favorito Scott Dixon, en pelea con Alexander Rossi, dos ganadores de la prueba, a los que seguía Pato O¿Ward, el compañero de equipo de Fernando Alonso. El asturiano no encontró el mejor ritmo en las el arranque, en cada parada en boxes fue cambiando algunos reglajes, pero su coche no acabó de mejorar. El accidente del bicampeón del mundo de F-1 en los libres de la semana pasada trastocó los planes de McLaren Arrow. La Indy no es la F-1, en esta competición los equipos manejan muchos menos recursos y emplean mucho más tiempo en reconstruir los coches accidentado. Lo que en F-1 son horas, en la Indy se convierte en días o semanas.

“Los reglajes son buenos, las sensaciones son parecidas a estos días”, decía Alex Palou a su ingeniero, mientras se mantenía en el pelotón de cabeza, pero perdió el control del Dale Coyne en la curva 1 para decir adiós a la carrera en la quinta neutralización de unas 500 Millas que castigaron —como siempre— a los cookies. “Es una gran lástima. El coche era increíble, estaba ganado posiciones… Es una pena por el equipo, los espónsor… porque podíamos hacerlo muy bien al final”, lamentó el joven catalán.

Neutralización y victoria

El accidente del catalán —como los anteriores— provocó una entrada en masa al pit para la penúltima parada prevista, y los problemas llegaron entonces para Alonso con una parada eterna. Con el coche calado, le cambiaron el volante para solucionar los problemas en las levas que le impedían engranar la primera marcha. La parada fue eterna, tanto que ya había sido doblado cuando logró salir a pista. Restaba una hora de carrera y, lo peor, fue el mensaje por radio de su ingeniero: “En la última parada que nos queda debemos hacer lo mismo: entras en punto muerto, esperas que te empujemos, y entonces metes primera”. Adiós a cualquier opción.

La multitudinaria parada en boxes provocó un toque entre Alexander Rossi y Takuma Sato, con una sanción para Rossi que le envió a la cola del pelotón y acabó estrellándose contra el muro en la remontada. Así que tras la séptima neutralización, Dixon (ganador en 2008) pasó a liderar de nuevo la prueba por delante de Sato (vencedor en 2017). Las últimas vueltas resultaron un mano mano entre el neozelandés y el japonés, una pelea de rebufos, pero a cinco vueltas de final, un fortísimo accidente —el octavo— de Spencer Pigot, volvió a neutralizar la carrera, cuando Sato era líder. El japonés cruzó la meta líder entre banderas amarillas, su segundo triunfo, después de aquel 2017, en el que había conseguido la primera victoria de un japonés en las 500 Millas.