De una decisión deportiva razonable pero muy mal aceptada por el afectado, prescindir de Movilla, un jugador de cerca de 40 años absolutamente prescindible y secundario o terciario para el buen resultado final de la temporada, ha acabado organizándose un paripé esperpéntico como el de ayer en sesión de mañana y tarde en la Ciudad Deportiva, notario y lluvia mediante, después del correspondiente follón previo, de una serie de acusaciones infantiles y cruzadas, de varias peleas públicas a los ojos de todos, de unas cuantas disputas subterráneas en privado y, en definitiva, de una alta tensión creciente entre los unos y los otros.

Al final, por no haber sabido o no haber querido solucionarlo a su debido tiempo como personas adultas y responsables, el aficionado del Zaragoza está asistiendo perplejo, si es que aún hay algo que le pueda sorprender en esta terrible era de Agapito Iglesias, a un espectáculo tragicómico y a una historia más cercana a un culebrón de serie B, con el odio, el despecho y el orgullo como protagonistas, que al manual de buenas prácticas de un club de fútbol y de un futbolista.

En esta telenovela le ha faltado tino al Real Zaragoza, que debería haber sido más meticuloso con las formas --aunque el jugador quizá esté demostrando con sus actos que a lo mejor no lo merecía--, que debería haber sabido ser antes bombero que pirómano y, que en último caso, debería haber actuado con más firmeza, rapidez y contundencia para evitar que el conflicto se enquistase de una manera tan desagradable.

Y le ha faltado categoría personal y profesional al futbolista, que se ha llenado la boca de zaragocismo y al final se ha empalagado él solito. Cuando la china le ha caído sobre su cabeza, que antes ha visto desfilar por ese mismo callejón a decenas de compañeros suyos de aquí y de allí, Movilla ha sido incapaz de poner los intereses del Real Zaragoza por encima de los suyos y ha hecho lo que ha hecho: echar al fuego tanta gasolina como ha podido para que el incendio sea todo lo grande que pueda ser. El Pelado ha errado profundamente por dos razones. Se ha dejado llevar por el resentimiento, el rencor, la animadversión y la furia, más que por ese supuesto amor inquebrantable a un escudo al que flaco favor le está haciendo. Y, obviamente, no ha sabido asumir su realidad: es casi un exfutbolista.

En medio de esta batalla tan fea, de los tuits, de las declaraciones, de los expedientes, de las vacaciones en enero, de las actas notariales, ha vuelto a quedarse el equipo, al que desconocemos cómo terminará afectando esta guerra innecesaria, justo ahora que había cogido vuelo y que estaba más cerca que nunca de la zona de ascenso directo. Hasta ahora, el efecto había sido el contrario al imaginado. Veremos si se mantiene en adelante.

El problema ha engordado tanto que su resolución es compleja. Sin embargo, su esencia sigue siendo simple. El club no quiere a Movilla. Como antes no quiso a tantos otros. Si él quiere al Zaragoza como dice que lo quiere, de lo que no habría que dudar, debería pararse y comprender que ha sido suficiente. Que aquel que es demasido pequeño tiene el orgullo grande. Que con su postura incendiaria, lo único que está haciendo es daño al Zaragoza. A su querido Real Zaragoza.