Llovió ayer en Aragón y del cielo cayeron inesperadamente miles y miles de billetes, hasta 1,44 millones de euros, para aliviar en fechas próximas la dramática situación financiera del Real Zaragoza. El traspaso de Ander Herrera al Manchester United por 36 millones, el importe de la cláusula, dejará de rebote cuando se oficialice un pellizco gustosísimo en la caja fuerte de la SAD, hasta ahora vacía, enmohecida e invadida por las telarañas. Esa cantidad no servirá para tapar el enorme agujero que cavó Agapito Iglesias, porque su profundidad es tal que harán falta muchos años antes de regresar a un escenario de cierta normalidad, pero sí que servirá de ayuda inmediata en un momento en el que cada céntimo tiene su trascendencia.

Ander Herrera ya había dejado en la cuenta corriente del Real Zaragoza 8,5 millones por su traspaso al Athletic, más 2,75 por objetivos cumplidos. Ahora, desligado contractualmente del club, aunque no emocionalmente, volverá a generar dinero tres años después de marcharse con honor y valor. Es el último gran futbolista salido de la cantera de la Ciudad Deportiva, un jugador de altísimos vuelos puesto injustamente en entredicho por su condición de hijo de Pedro Herrera.

El inminente traspaso de Ander y el reguero de millones que su posición de mercado ha originado en este último trienio son la perfecta muestra de por dónde debería caminar el futuro del Real Zaragoza. Crear una estructura de cantera fuerte, seria y rigurosa, en la que el club creyera con fe ciega, para atraer, formar y producir futbolistas de categoría suficiente para jugar en el primer equipo y, en casos como el de Herrera, hacer un negocio extraordinario en su justo momento. Poca inversión, mucha identidad, servicio y rentabilidad. Por ahí discurre el futuro.