La viralización del vídeo de un imprudente esquiador provocando una avalancha en Escalar (Astún) ha visibilizado un riesgo latente y mortal en la montaña invernal. Las últimas nevadas abren el periodo crítico de riesgo a unos accidentes que el año pasado provocaron tres muertos y once heridos, según los datos de ACNA (Asociación sobre el Conocimiento de la Nieve y los Aludes), en las montañas españolas. Completar la experiencia con cursos, informarse del estado del manto nivoso, de las condiciones climáticas de las últimas jornadas, planificar bien la ruta, detectar posibles riesgos y trampas, ir equipado ante un accidente y, sobre todo, saber renunciar ante un posible peligro son las recetas de la precaución.

Actualmente las zonas del Pirineo se encuentran entre las fases tres (notable) y cuatro (fuerte), de los cinco grados de riesgo que existen en Europa en relación con la probabilidad de avalanchas. La acumulación de nieve por las continuas precipitaciones y las rachas de viento provocan la inestabilidad del manto y el riesgo de deslizamiento natural o colapsado por el peso extra de un esquiador o un montañero. «El factor humano es lo que habitualmente desencadena las avalanchas», reconoce Rocío Hurtado, nivológa y antigua coordinadora del servicio A Lurte, centro situado en Canfranc especializado en la gestión de riesgos de montaña, inoportunamente cerrado por falta de financiación.

La imprudencia y ausencia de conciencia es el motor del peligro. Querer ir a laderas limpias fuera de pistas y exhibirse en un descenso imposible se añaden a la falsa sensación de seguridad de que nunca pasa nada o de que sabemos más de lo que creemos. «Los que estudiamos la nieve somos los primeros que nos damos cuenta de que cuanto más sabemos, más renunciamos a hacer actividades o bajar por un sitio. Cuanto más ignorante eres más inconsciente y asumes más peligros», denuncia Rocío Hurtado.

Para reducir estos riesgos hay que identificar bien el terreno. La zona crítica se encuentra en las pendientes mayores al 30% y por debajo del 45%, donde la propia presión física hace que la nieve no se sostenga. «Pero justamente este espacio es donde todos queremos esquiar», indica Rocío Hurtado. El programa Montaña Segura ha editado unos mapas sobre los puntos más críticos para las aludes en el Aneto, Posets e Infiernos.

Desde hace más de diez años Jorge García-Dihinx edita el blog La Meteo que Viene. Su labor es complementar al Boletín de Peligro de Aludes (BPA) que emite diariamente la AEMET, con anotaciones adicionales sobre el estado en días anteriores y futuras previsiones. Jorge es además un cultivado esquiador de montaña, editando varios libros de rutas por el Pirineo. Sabe por dónde se mueve. Piensa que el mayor riesgo está en una sensación de dominio irreal del medio. «De cada diez veces que lo haces mal, nueve te sale bien la jugada y piensas que los informes son una exageración y que lo has hecho de maravilla, que eres un Superman. Entonces más posibilidades tienes de que te pase algo», indica este experto.

Trampas y consecuencias

Trampas y consecuenciasEn faena, hay que estar con los ojos y oídos bien abiertos. Hay muchas señales de alerta que programar. Por ejemplo, es necesario identificar la orientación en relación al sol (las zonas sombrías son más inestables) y el rumbo del viento que hace acumular nieve en ciertas áreas (placas). Y, sobre todo, saber si la consecuencia de una avalancha puede conllevar un aumento de la accidentalidad. «Si pasas una ladera y consideras que si te pilla una avalancha te llevará a un cortado, barranco, a una zona de rocas o bosque, pues no pases por ahí, busca una alternativa donde las consecuencias sean menores», añade Rocío Hurtado, que imparte cursos de formación para profesionales y aficionados.

Hay cinco tipos de aludes. Los producidos por la acumulación de nieve, tanto progresiva como de forma abrupta, y los creados por placas de nieve venteada son los dos más habituales en este periodo. Luego están los provocados por el estrato permanente inestable, de difícil percepción, y la acción primaveral de la lluvia y el sol (aludes húmedos) y aquellos producidos por grietas (basales), más fáciles de identificar. «Hay que saber por dónde haces la trazada y qué ha pasado los días previos. Hay signos externos, en un día de primavera, con mucho sol ver las pequeñas coladas o escuchar ruidos sordos de placas que se van rompiendo o si sientes vacío bajo la pisada del esquí», marca como señales Jorge García.

Y desterrar falsos mitos, como que no se provocan cuando subes o que por donde ya ha caído una no caerá otra. «Porque puede que sea sólo una parte o haya vuelto a nevar y cargar la ladera», insiste Rocío. O la mentirosa percepción de que es seguro esquiar fuera de pista cerca de las estaciones. «Si es zona no tratada es igual de salvaje como si fuese el Mont Blanc», alerta Jorge García-Dihinx.

Siempre ir equipado con el kit de rescate: la baliza del DVA (detector de víctimas de avalancha), una sonda y una pala. «Hay unas mochilas ABS que actúan como un Air Bag, pero son muy caras», anuncia Jorge García. Un enterrado por una avalancha suele sobrevivir unos 15 minutos antes de morir por asfixia, hipotermia o por los traumas causados en la caída. No es una tontería.