Se le pedía al Real Zaragoza que fuera menos vulnerable en defensa y se consiguió con la presencia de Chechu Dorado (Carlos Nieto también se hizo notar), quien a un ritmo de intervención muy bien administrado, apareció cuando tuvo que hacerlo, sin exigirse esfuerzos para los que todavía no está en condiciones. El conjunto aragonés no ganó el partido aunque pudo hacerlo frente al líder, pero en este paréntesis de victorias tuvo que ver mucho el Albacete, que le propuso un pulso similar, de control del juego y de reducción al máximo de los errores. El equipo que entrena Ramis no es vistoso, aunque destila oficio por todos los poros, lo que sin duda le ha conducido al liderato. Esa estrategia de medición pulcra de los movimientos para conservar la pelota y el espacio y minimizar los daños de los veloces contragolpes locales, apagó la furia de un conjunto aragonés hasta dejarlo con apetito pero sin dentadura.

Álvaro no eligió bien solo ante Nadal. Buscó el adorno y el portero le adivinó la vaselina. El arquero del Albacete repitió otra intervención magnífica cuando expiraban las fuerzas, frente a un lanzamiento de Eguaras que buscaba la escuadra. El Real Zaragoza, tan atrevido como siempre, encendió los motores y voló por La Romareda: el problema es que su rival nunca le ofreció una pista de aterrizaje. Todos sus hombres de ataque intervinieron sin apenas dejar huella de peligro, imposibilitados por dos robles como Caro y Gentiletti, con un trabajo colectivo de ayudas defensivas a las que se personaban sus dos delanteros, Bela y Zozulia, cuando era necesario. Las avenidas que prometían Igbekeme, Pombo y Aguirre se transformaron poco a poco en estrechos pasillos, con algún latigazo de Benito y un par de arranques de Soro.

El Albacete estuvo muy respetuoso y concentró todo su potencial ofensivo en las acciones a balón parado, con la pierna de Susaeta como exclusiva lanzadera. Aunque Zozulia dio algún quebradero de cabeza en el juego aéreo y Bela estuvo revoltoso, el Real Zaragoza apenas sufrió atrás, y cuando lo hizo, Cristian Álvarez se encargó de recetar calmantes a todo el mundo. Durante el encuentro no se veía nube alguna que anunciara goles. Frente a frente, los ajedrecistas movieron fichas con cierta morosidad, sobre un tablero cada vez más poblado fruto de un combate que consumió una buena cantidad de energías. Víctor Fernández metió a Ros en el declive centrocampista y a Linares para que sacara petróleo de un pozo bastante seco y muy custodiado. No hubo forma de hincar el diente a un enemigo compacto aunque, por contra, tampoco se concedieron ocasiones. Un empate que permite al Real Zaragoza sumar su quinta jornada consecutiva sin perder y que, al mismo tiempo, le recuerda que su linaje es honrado pero modesto.