Han pasado 45 días desde que pisamos este lugar por primera vez. Recuerdo cómo aquel 6 de junio llegamos llenos de ilusión, de frescura, con la sana intención de hacer las cosas bien y rápido para poder volver en un tiempo prudencial junto a los nuestros. Pero nada ha salido como pensábamos. Hoy estoy aquí sentado, escribiendo, y veo como algunas expediciones que llegaron mucho más tarde que nosotros ya se van para casa, cabizbajos y con las manos vacías.

Calculo en el calendario y me doy cuenta de que ya llevamos mucho tiempo aquí. El tiempo no nos ha tratado bien en esta ocasión, no nos ha dado una oportunidad para poder desarrollar nuestra actividad. Hemos ido arañando momentos, utilizando los escasos días con clima aceptable que ha habido, algún puñado de metros de distancia que al final nos han colocado en los 7.000 metros. Pero no es suficiente.

Llenos de impotencia

A estas alturas de campo base, ya tendríamos que haber escalado uno de los Gasherbrum y estaríamos esperando una oportunidad para intentar hacer la cima del otro. En cambio, estamos viendo nevar y, para colmo, observando cómo buena parte de las expediciones vuelven hacia casa, hacia la vida. Sin embargo, nosotros hemos decidido apostar algo más fuerte. Hemos retrasado nuestros billetes de vuelta y hemos pedido más provisiones que nos permitan sobrevivir. Vamos a exprimir hasta la última gota de energía aquí y vamos a aguantar hasta 60 días en el campo base. Mucho, demasiado quizás, para las maltratadas mentes, pero necesitamos una oportunidad para luchar en lo más alto. Necesitamos una ventana de tiempo aceptable para lanzar algún ataque y poder justificarnos todo el tiempo que hemos pasado aquí. Miramos ávidos los partes meteorológicos, sin que grandes cambios parezcan producirse. No importa, ya está decidido. Vamos a ser los primeros en llegar y los últimos en marchar, pero no puede ser de otra forma.

Mientras nos quede un ápice de energía seguiremos aquí, aferrados a la quimera de que llegarán tres días de buen tiempo, tres días de alpinismo y, por qué no, tres días de gloria. No perdemos la esperanza, aunque la ambición que reflejaban al principio nuestras miradas, poco a poco, conforme caen los días y la nieve, vaya difuminándose un poco más.