El Real Zaragoza se ha hecho gigante, contra el Almería favorecido por enfrentarse a un equipo mal informado que jugó el partido en moda Copa, es decir para perder por la mínima y esperar la remontada en la vuelta. Ni siquiera valoró el empate. El conjunto de Lucas Alcaraz cerró filas y anfiteatros en La Romareda y siguió de igual manera en el tren de regreso, seguramente echándose una señora cabezada. Se dedicó a anestesiar el encuentro y de tanto utilizar el cloroformo acabó bajo sus propios efectos sedantes. Por momentos, muchos, el conjunto aragonés inhaló esa atmósfera irrespirable, por donde no pasaba el balón ni tampoco una gota de oxígeno, un pasillo estrecho, imposible, claustrofóbico para todo el mundo menos para Papunashvili. La primera parte fue del georgiano y de nadie más. Apareció en la alineación como si fuera su debut profesional, citas en las que el novato quiere dejar huella imborrable para el técnico y la afición. Y lo logró no solo activado por el entusiasmo de perpetuar detalles bonitos, sino por una implicación sobresaliente en labores menos vistosas para público y cronistas: el repliegue, las ayudas y el ofrecimiento como solitaria referencia constructiva. Todo lo contrario que Aleix Febas, propietario de esa posición y a quien le espera una buena ración de banqueta en la recta final del torneo. Salió en la segunda mitad por el propio Papu y la sombra de su compañero se lo tragó sin masticar.

La victoria hubo que trabajarla. No fue tan sencillo. El Real Zaragoza inició la faena con fogonazos hasta que poco a poco se dispersó en el centro del campo, hora punta de unos grandes almacenes en el primer día de rebajas. Con Papu a los mandos, el resto braceaba impreciso con la tranquilidad de ver que a tu adversario le importa bien poco plantearte problemas. En ese estado donde supuestamente la estrategia dicta su ley, gobernaron el bochorno, el aburrimento y la casi nula participación de los porteros, observadores a distancia de un conflicto sin armas. La emoción estaba localizada en la importancia del resultado, de vital trascendencia para ambos aun con sus antagónicos objetivos. Eso mantuvo el partido en pie y la espectador pegado con Loctite a su asiento, a la espera de algo que contar al salir del estadio, sobre todo el triunfo si fuera posible. Papu se empeñó en que así fuera y aniquiló al equipo de anestesistas al poco de regresar del descanso. Vino silencioso para recoger una asistencia del mejor Benito desde que regresara de la enfermería y embocó el primer gol. Fue como si a una mansión cerrada desde el siglo XVIII se le abrieran sus ventanas por el efecto de un tornado: un chorro de aire fresco fumigó inmisericorde toda la polilla y La Romareda se sintió aliviada y ya ganadora, con el Almería aun dispuesto a defender ese marcador que en nada le beneficiaba.

Borja Iglesias, que había pasado por el partido como si sufriera un dolor de muelas, marcó aún más la distancia abismal que existe entre un equipo que se siente sano y cuya única intención es ganar y otro que languidece pálido en busca de la salvación. El gallego puede permitirse el lujo de una larga condena en el limbo y en un solo segundo de libertad condicional asaltar el banco de la nación sin ser descubierto. A Joaquín se le ocurrió ir al cuerpo a cuerpo con el ariete y salió repelido como un bolo. Después Borja firmó un remate pleno de exquisitez y colocación para hacer su 17º gol. En realidad el encuentro podría resumirse en la calidad de la pegada zaragocista ante una propuesta rácana y pobre de amenazas atacantes, demasiado sencilla de desmontar para un Mikel González que por autoridad podría haber jugado solo en defensa. Incluso balancéandose sobre una mecedora en el porche del área y bebiendo a sorbos una zarzaparrilla.

En un partido con pocos colores en la paleta, el Real Zaragoza pintó en su futuro un amplio arcoiris. Le queda muy poco para certificar su presencia en la fase de promoción de ascenso. Su paso volvió a ser de titán, de gigante en nada impresionado por la responsabilidad que ha adquirido con su espectacular crecimiento hasta en situaciones complicadas de resolver como frente al Almería. Así, en esa dinámica, Natxo ha de asumir que a sus chicos les va más ser valientes.