Podemos empezar diciendo, con mucha cobardía y ninguna vergüenza, que el fútbol no es lo que ocurrió ayer junto al Manzanares, sumarnos a esa corriente de escrupulosa clasificación farisea de la violencia como punto geográfico aislado de la condición humana. Entrenadores, directivos y gran parte de la fauna que se alimenta de este juego presentaron sus condolencias por el crimen del seguidor del Deportivo y, de inmediato, se lavaron las manos en la sangre vertida. Las bestias se citan en la selva y allí dan rienda suelta a su bajezas. No es tan simple. No es tan sencillo quitarse el muerto de encima cuando de alguna manera has patrocinado el armamento y esponsorizado la locura como valor inherente del buen hincha. ¿Cuántas veces se ha hecho referencia a estos grupos ignominiosos como ejemplo de amor al club? No pocas y en la mayoría de los púlpitos.

El movimiento hooligan de los 80, que protagonizó una de sus mayores carnicerías en el estadio belga de Heysel, fue un punto y aparte en la aceptación de estos alimañas como animales de compañía. Aquella tragedia provocó una enorme conmoción en la conciencia general al descubrir el aficionado de a pie y los gobiernos que la infección había nacido en la calle pero se había desarrollado en la piel de los estadios. Poco a poco, sin prisas y con varios cadáveres por el camino, la tolerancia cero ha ido extirpando este cáncer de los estadios. No obstante, no todos han hecho la incisión hasta la raíz y tampoco la Justicia, perezosa y mastodóntica, se ha empleado a fondo en la sala de operaciones.

El control es mayor y la seguridad ha aumentado. Ayer, en mitad de una batalla campal en la capital de España, antes de un partido, el cuerpo de un hombre, Francisco Javier Romero Taboada, era apaleado, lanzado al río, donde estuvo media hora antes de ser trasladado al hospital y finalmente al tanatorio. El encuentro entre Atlético y Deportivo se disputó mientras agonizaba el aficionado. El argumento esgrimido por la LFP y los clubs para rechazar la suspensión fue, como en Heysel, no provocar mayores tensiones entre la gente que ya estaba en el Vicente Calderón.

Resulta que por una bengala se puede proceder a la anulación del evento, pero no en el marco de una atmósfera viciada por el brutal enfrentamiento anterior y por la posibilidad de que el hincha falleciera como así ocurrió. En la Federación Española de Fútbol nadie cogía el teléfono... Como el domingo es fiesta de guardar, ¡que siga el espectáculo! y nos reunimos hoy con carácter de urgencia para repartir catecismos.

Se puede ser un ultra a pedradas y cuchilladas o un extremista del inmovilismo en situaciones que requieren sensatez, sensibilidad y medidas impostergables. El peligro aumentó con la irresponsabilidad compartida de unos y otros. Violencia de alto voltaje y violencia parásita. Terminemos, por vergüenza, admitiendo que el el asesinato de ayer fue dentro del área y no unos metros fuera del estadio. Que el fútbol ha creado este monstruo y él debe ser el primero en arrancarle su negro corazón.