El partido del pasado lunes en Cádiz constató las dificultades que tiene el Real Zaragoza para sacar cualquier partido adelante cuando no es capaz de generar situaciones de peligro por medio de su juego de combinación o el dominio de su rombo en el centro del campo. Si es anulado Íñigo Eguaras, el hombre ancla de la medular, el lugar desde donde empieza la producción en serie del fútbol zaragocista, la elaboración cae en picado, prácticamente desaparece. Se vio en el Ramón de Carranza, donde el equipo de Natxo González solo disparó a puerta en tres ocasiones. De nada le sirvió tener el 62% de la posesión. El Cádiz sacrificó primero a Perea, al que Álvaro Cervera obligó a una vigilancia milimétrica sobre el mediocentro zaragocista, y después le dejó hacer en ese bamboleo insulso de la pelota. El Zaragoza no llegó al área rival porque no encontró otros caminos pese a que Natxo González había estirado a Eguaras hacia atrás para colocarlo entre los centrales, al estilo de lo que en más de una ocasión se ha visto en La Romareda. La expulsión y el 2-0 liquidaron un partido que el Zaragoza no entendió con 11 hombres y entregó con 10.

No es la primera vez que el conjunto aragonés se enfrenta a situaciones como la del pasado lunes. Fue exagerada esta vez la sensación de impotencia. De hecho, en toda la segunda vuelta únicamente se había quedado sin celebrar algún gol en una ocasión. Fue en la singular tarde ante el Sevilla Atlético en La Romareda (0-1). Tres veces chutó en dirección a portería en aquella jornada de Domingo de Ramos. También dominó la posesión (56%), pero en territorios yermos. Los problemas de producción se extendieron de punta a cabo del encuentro sin que hubiera ni un solo indicio de cambio.

Solo una vez más ha cerrado el Zaragoza un partido con tres disparos a puerta. Fue en Vallecas, donde el Rayo le sometió a su fútbol. Esta vez sí marcó un gol (2-1). Fue en un disparo de Papu que el guardameta Alberto le envolvió en regalo. Era el minuto 89 y hacía más de una hora que el equipo de Natxo González era incapaz de imponer su estilo, por consiguiente de crear alguna circunstancia de gol. El técnico había quitado a Eguaras cuando quedan más de 20 minutos de partido por delante.

Se puede pensar que falta dinamita, pero en realidad los malos resultados del Zaragoza en la segunda vuelta se acumulan, sobre todo, en tardes en las que no ha sabido encontrar las formas de imponer su personalidad. En Alcorcón, por ejemplo, aquel día que la fiel gente de la grada acabó pidiéndole al entrenador que se marchase. Esa tarde solo chutó una vez entre los tres palos. Fue Zapater, hizo gol. Desde el minuto 4 hasta el final creció el sonrojo de la afición mientras el equipo rival acumulaba posesión (64%) y oportunidades. Remató 16 veces, 5 a puerta. Cristian salvó a un Zaragoza en el que no se vio a Eguaras. Estaban, como en Cádiz, Ros y Zapater en los interiores, pero el equipo aragonés no vio el balón.

Desde la defensa, dicen, se empiezan a establecer los valores ciertos de cualquier equipo. En el caso del Zaragoza no lo parece. En la última docena de partidos solo ha dejado la portería a cero en dos ocasiones para ganar, en ambas por la mínima: Leonesa (0-1) y Huesca (1-0). En el resto de choques ha recibido golpes, tantos que le sale una media de un gol en contra por partido. Ha ganado atacando, aprovechando la tremenda dinamita que tiene en los hombres de vanguardia. No solo en Borja Iglesias, que suma 19 dianas en toda la Liga, sino en los diversos compañeros que le han abrigado desde el comienzo de la resurrección.

En el último tramo ha destacado Papu, al que Natxo le ahorró un mal trago en Cádiz pese a haber sido destacado en las jornadas anteriores. Toquero marcó en Reus y Pombo fue el mejor Pombo en aquella racha de seis victorias que acercó al Zaragoza a esta verdad. Los marcadores de aquellas tardes explican cómo ganaba el equipo de Natxo González, recibiendo a veces, agitando siempre, golpeando: Lugo (2-0), Nástic (0-2), Oviedo (2-1), Numancia (1-2), Lorca (3-1), Osasuna (1-2). La media es fácil. El cuadro blanquillo marcaba al menos dos goles todos los partidos. Lo hacía generando fútbol y provocando partidos de ida y vuelta que ahora casi nadie le acepta. Se vio en Cádiz, lo reconoció su entrenador: «No podíamos ir a un intercambio de golpes con el Zaragoza, queríamos un partido cerrado». Por ahí, en ese ejemplo de partido, es donde deben buscar las soluciones el técnico y sus hombres. Debe aparecer Eguaras o articular fórmulas alternativas en su defecto. Si no ha producción, si no hay agitación, el Zaragoza no gana.