Cuando tenía 14 años, Mohamed Salah se sumergía en el enloquecedor tráfico de El Cairo para poder jugar a fútbol. Era como uno de esos personajes que resisten en El edificio Yacobián, novela imprescindible para acercarse a la sociedad egipcia. El preadolescente Mo amanecía con el primer sol en la casa familiar de Nagrig, un pueblo a 120 kilómetros de la capital, iba a la escuela de 8 a 9.30 y, después, invertía entre cuatro y cinco horas para llegar al entrenamiento. «Solía cambiar hasta cinco veces de autobús. A la vuelta, llegaba a casa sobre las 11 de la noche. Así cada día, durante dos años», relata en una entrevista Salah, a quien ya se compara con los dioses Messi y Cristiano Ronaldo. El faraón cumple 26 años hoy, día del encuentro que enfrentará a Uruguay contra Egipto.

Siempre mimando el balón, marcando goles, en continuo crecimiento, Salah, el actual icono del mundo árabe no se ha olvidado de los lamentos de su madre («por qué le gustará tanto el fútbol») y la complicidad de su padre («déjale jugar, ya se verá con el tiempo a dónde llega»). «Mi madre me preguntaba ‘¿porqué te impones tantas horas de trayecto? ¿Y si te pasa alguna cosa...? ¿por qué tengo que estar en vilo cada día hasta que regresas a casa? ¿Por qué no te quedas con tu hermano, tus hermanas y nosotros’. Me buscaban por teléfono pero no solía cogérselo al quedarme dormido en un sueño profundo», ha explicado el futbolista al dominical de L’Equipe.

Se teclea el nombre de Salah y en la pantalla le acompañan las palabras Egipto, Liverpool y Sergio Ramos. Su país vuelve a disputar una Copa del Mundo 28 años después. Su club alcanzó la final de la última Champions League para perderla con el Real Madrid. Su verdugo en aquel partido del 26 de mayo en Kiev también figura entre los 736 futbolistas llamados para este mundial.

El fútbol es el deporte nacional, la pasión desaforada y la vía de escape a la complicada situación social y política. Mohamed Salah creció en el mundo polarizado de los clubs Zamalek y Enppi, siempre a punto de llevar su enfrentamiento fuera de los estadios. El fútbol egipcio es extremo en todos los sentidos. La primera camiseta de Mo lucía las franjas amarillas y negras del Arab Contractors, que recuerdan a la del Peñarol de Montevideo. Había cumplido los 16 años y firmado la primera ficha profesional. Era un futbolista joven con un gran margen de crecimiento y una de los valores más fuertes del país egipcio.

La pasión egipcia

Hay dos fechas imborrables en este nuevo siglo en Egipto. La trágica es la del 1 de febrero del 2002 en Port Said, con 74 muertos y mil heridos en la batalla campal entre las hinchadas de Al-Masry y el Al-Ahly, defensores de la primavera árabe y seguidores acérrimos del dictador Mubarack. Salah entonces era un niño de 10 años.

Resta la de la felicidad colectiva, el 8 de octubre del 2017, cuando Egipto se clasificó para el Mundial por primera vez desde 1990. Tuvo que ser Salah (que ya no era un niño sino el ídolo que triunfaba en el Liverpool) quien marcó ese penalti en el minuto 94. Aquella sensación de espanto antes del lanzamiento («había fallado tres penaltis en el entrenamiento...») y la contraria al conseguirlo le acompañará siempre. Sensaciones compartidas con su mujer y su hija, Magi Y Makka,

El impulso de Liverpool

El adolescente Salah, además de cumplir con los entrenamientos y las visitas a la mezquita, jugaba a la playStation con los rojos. Era la época de los Gerrard, Alonso, Carragher, Hyppiä. Un equipo de ensueño que se convirtió en uno de los favoritos de toda una generación amantes del balompie. Salah asegura que con el Liverpool ganó «muchos partidos» en la consola. «No olvido los toques de Gerrard», dice. Quién iba a decirle que pocos años después vestiría los colores del Liverpool, marcaría un récord de goles y sería elegido mejor futbolista de la Premier. El equipo de Anfield es la culminación del trasiego por el Basel suizo, el Chelsea de Mourinho, la Fiorentina y la Roma, con un entrenador fundamental, Jürgen Klopp. «También fueron determinantes Spalletti en la Fiore y Rudi Garcia en la Roma», advierte.

Han pasado 20 días desde la llave judoka sobre el goleador del Liverpool. En el mundo árabe se ha demonizado al central que pone cara de inocente cuando aún le reclaman por esa jugada. Salah ha llorado de pena y también de dolor para recobrarse. Algo le ayudaron las paellas de Benicassim, a donde se lo llevó el fisio Rubén Pons. Se le vio feliz al aterrizar en Chechenia, con buenas sensaciones físicas y con la ilusión, como cuando era aquel chaval que atravesaba la inmensidad de El Cairo detrás de un balón. Persiguiendo un sueño por el que ha ido suspirando desde que era pequeño.