Desde la serenidad, ni blanco ni negro, ni exceso de euforia ni superávit de precaución, el primer mes de competición del Real Zaragoza en su sexta temporada consecutiva en Segunda ha constatado que hay plantilla para sentirse aspirante al ascenso, que hay un equipo con una estructura sólida ya construida, no por cimentar como otros años, que hay entrenador, que hay ambición y valentía en el banquillo y que detrás de la obra hay un cerebro al que, hasta hoy, los hechos le están dando la razón.

La fórmula con la que Lalo ha levantado este nuevo Real Zaragoza de la nada, que la nada es lo que quedó hace dos campañas, funciona: acierto máximo con los delanteros diferenciales contratados en forma de cesión por la imposibilidad de acudir al mercado de traspasos (Borja Iglesias, Álvaro Vázquez y Gual), apuesta decidida y verdadera por la cantera (de Pombo a Lasure pasando por Guti o Delmás hasta ahora Soro), conocimiento profundo de Ligas secundarias de donde por arte de magia han aparecido James, Papu o Verdasca, buen criterio para elegir al jugador de Segunda entre las brozas, de equipos que habían sido perdedores (Eguaras o Álex Muñoz), mucha previsión, cariño personal hacia el futbolitsa en la etapa de la conquista y capacidad de convicción en algún caso particular (Cristian).

Fue precisamente el portero el que, desde su atalaya de veterano, puso mesura a la alegría desbordada por el 0-4. «Podemos ser héroes, pero por un día. El lunes, a volver a empezar», reclamó. Con los pies en el suelo. Con cabeza. Pero mirando al cielo.