Se apagaba lentamente el incendio que se declaró el miércoles cuando una nueva columna de humo se atisbó a lo lejos en el FC Barcelona. El primero se le atribuyó a Óscar Grau; del segundo se acusó a Pere Gratacós, representante del club en el sorteo de Copa. El primero salvó la vida; el segundo cayó fulminado horas después. ¿El motivo? La renovación de Messi.

«Leo es de los más importantes del equipo. Sin Neymar, sin Suárez, sin Iniesta, sin Piqué ni los demás jugadores tampoco sería tan buen jugador. Pero, evidentemente, Leo es el mejor», dijo Gratacós al comparecer tras el sorteo de Copa. La cerilla cobró una virulencia que acabó con su cargo institucional. Ahora seguirá como responsable del área de formación y conocimiento del club.

Del cuerpo de bomberos del Camp Nou nadie apareció. En ninguno de los dos siniestros. El fuego lo apagó Luis Enrique, pero sin sospechar, siquiera, que aparecería después un pirómano desde dentro del club para avivar las llamas. Albert Soler, el director de Deportes Profesionales, que destituyó a Gratacós. «Para renovar a Messi habrá que tener mucha tranquilidad, las pautas las marcarán Leo y el club», había expuesto Luis Enrique ante la disyuntiva entre el sentido común que preconizó Grau o la firma incondicional que exige un apasionado análisis de la incidencia de Messi en la historia reciente del Barça. Lo que no sabía Luis Enrique ni los culés era que en Arístides Maillol había quien había cogido un bidón de gasolina. El club relevó a Gratacós «por haber expresado públicamente una opinión personal que no coincide con la de la entidad».