El enfado del Barça con Ousmane Dembélé por su discutible comportamiento fuera del terreno de juego ya empieza a ser un secreto a voces. Nadie está contento con su estilo de vida y más ahora que ha trascendido que el club catalán tardó más de hora y media en localizarle el jueves después de que no se presentara al entrenamiento. Ayer tampoco se entrenó con el grupo, aunque al menos compareció en la Ciudad Deportiva. La emisora RAC1 fue la primera en informar que el delantero francés no avisó de su baja para el entrenamiento. Cuando finalmente se pudo hablar con él después de repetidos intentos, dijo que tenía problemas estomacales y pidió un médico. El club informó entonces de que sufría una gastroenteritis, esa dolencia que evoca las ausencias reiteradas de Ronaldinho. Pero Ronaldinho era Ronaldinho y contó con la complicidad silenciosa de muchos estamentos del Barcelona. Dembélé, en cambio, ha empezado a enojar al propio vestuario. El extremo francés no es precisamente un líder. Y la irritación cuesta menos de contener.

Valverde le dejó sin jugar ante el Real Madrid después de que se mostrara tan indolente atándose las botas como apático sobre el césped. Se ganó por ello un reproche público de Ivan Rakitic. El entrenador lo rehabilitó en Vallecas, donde fue decisivo con una gran pegada que empató el partido, y no desentonó ante el Inter de Milán en la Champions. Parecía un futbolista encarrilado, hasta que se han sucedido estas dos ausencias inesperadas que ponen en duda su madurez.

Cuentan en el club que inicialmente Messi y Suárez se acercaron a él a principios de temporada. Lo ven bueno, con potencial para ser importante, creían en sus posibilidades, pero parece que ha perdido el favor de todo el vestuario en beneficio de Malcom, considerado un buen chico y un buen compañero.