Mientras jugaba en el Moscardó, en Segunda B, Movilla trabajaba como barrendero en Madrid. Criado en la cantera madridista, donde estuvo hasta juveniles, el fútbol no le había dado tantas satisfacciones como para pensar en vivir de él, pero su llegada al Málaga, tras un breve paso por el Ourense, abrió las puertas del balompié para este futbolista de fuerte personalidad y con mucha calidad en sus botas.

Fue el cerebro de un Málaga que subió desde Segunda B a Primera y siempre tuvo la titularidad garantizada con Peiró en el banquillo, lo que le llevó al Atlético de Madrid en el verano del 2001 para otro proyecto de ascenso después de que el equipo colchonero hubiera fracasado en el primero. De la mano de Luis Aragonés y con Movilla de director de orquesta llegó ese anhelado retorno y, ya en Primera, siguió contando para el sabio , aunque menos con la llegada de Albertini, y también para Gil, que dijo que era el "Zidane del Atlético".

Pero este curso todo cambió. Se negó a ir al Mallorca en verano y Manzano ya le avisó de que no jugaría. Casi no lo hizo, sólo 44 minutos, pero el técnico siguió recordándole que no iba a contar con él. Poco importó que la grada lo reclamara. Movilla estaba condenado y, muy a su pesar, tuvo que optar por la salida.