Apareció Messi solo en el campo de entrenamiento. No comparecía, como es habitual, junto a Luis Suárez, su amigo del alma, que anda recuperándose de una grave lesión en la rodilla, ni tampoco por Gerard Piqué, otro de sus tradicionales acompañantes. Quizá sea una metáfora de la combustión que sacude al Barça desde que Eric Abidal, el secretario técnico, acusara a los jugadores de trabajar y correr poco, provocando una inmediata reacción del astro, vía Instagram Stories, la modernidad llevada al máximo en el mensaje, para pedirle que "diera nombres" y así "no ensuciar al resto". El presidente Josep Maria Bartomeu, que estaba en Bruselas, adelantó su vuelta para pacificar el clima de crispación que amenazaba la estabilidad del club. Abidal, sigue, de momento, y Messi se ha calmado un poco.

Ya desde la noche del martes, cuando estalló el cisma, Bartomeu intervino directamente, consciente de que el asunto se le había escapado de las manos a Abidal, el ejecutivo. Se puso el traje de bombero porque las llamas amenazaban con incendiar todo el club.

De momento, el secretario técnico continúa en su cargo, aunque no garantiza que continúe a partir del mes de junio, pendiente como está el presidente del desarrollo de la temporada. Sigue, pero su figura se ha debilitado mucho. Y no solo por el choque con Messi sino por su errática actuación en el relevo de Valverde por Setién unido al desastroso mercado de invierno que ha dejado a la plantilla mermada de recursos. Ahora mismo, con solo 15 fichas del primer equipo y sin un delantero para suplir a Suárez y Dembélé.

El futuro de Leo

Todos esos argumentos los maneja Bartomeu desde hace días, aunque el impacto de las declaraciones de Abidal acusando a los jugadores multiplicado luego por la posterior respuesta de Messi provocó el cisma. Por eso, el presidente estuvo colgado del móvil, tendiendo puentes de diálogo con el astro, el único dueño de su futuro porque si desea puede irse a final de esta temporada como recoge una cláusula de su contrato. Bartomeu, tras varias llamadas, logró apaciguar la furia de la estrella antes de reunirse durante dos horas con Abidal, pero lejos de las oficinas del Barça. También estaba presente en la cita Òscar Grau, el CEO del club.

Puentes de diálogo

Aunque antes de esa reunión vespertina de la cúpula del Barça (estaban los tres hombres que más mandan) se habían tejido los puentes de la reconstrucción para sellar, al menos momentáneamente, la crisis. Y sin dejar más heridos en la cuneta después del estallido que supuso la furibunda respuesta de Messi a Abidal, superior incluso a la que dedicó en el 2013 al entonces vicepresidente económico Javier Faus.

A nadie le interesaba que hubiera víctimas inmediatas. Ni a la estrella argentina. Ni por supuesto a Bartomeu, consciente de que quedaría muy debilitada entonces su autoridad. Y tampoco a Abidal, cuyo poder descenderá notablemente después de que su discurso hubiera dañado las arterias vitales del vestuario, al punto de que el capitán se vio obligado a salir a defenderse. Y, de paso, a defender al grupo.

Blindar al vestuario

El día estuvo lleno de reuniones privadas y de innumerables contactos telefónicos, al máximo nivel. Nada más llegar a la ciudad deportiva de Sant Joan Despí, Messi se reunió con los otros tres capitanes del equipo (Busquets, Piqué y Sergi Roberto), que le ofrecieron todo su apoyo.Quique Setién, por su parte, solo tenía un objetivo: aislar al equipo de la polémica.

"Hemos hablado un minuto sobre este tema. A mí, habladme de fútbol, todo lo demás no me interesa", dijo el técnico para blindar al vestuario. Bartomeu, en cambio, no paraba de hablar con Messi para llegar a la cita con Abidal con el incendio más o menos controlado.

La fuerza de las llamas bajaron con las horas, asumiendo tanto capitán como presidente que se corría un gravísimo riesgo. Tirar la temporada a la basura cuando quedan cuatro meses y tres títulos en juego. De ahí, que eligiera el dirigente la vía pacífica para ganar tiempo y poder cerrar bien tan monumental crisis. Hoy, Bartomeu y Abidal estarán en el palco de Bilbao. Y Messi, en el césped. Pero nada será como antes.