En un ambiente enardecido y de pasión incontenible, el CAI fue más feroz que el Bilbao en el intercambio de golpes, dio el último puñetazo y mandó a la lona a un rival sensacional y duro como el granito. El equipo de Alfred Julbe estará hoy en la final contra el Plasencia (18.00 horas), pero llegará con la cara marcada. Ayer, en casi dos horas de guerra de guerrillas, de ganchos de derechas, de directos al hígado, de sangre, sudor y un desgaste extraordinario, el CAI levantó los brazos con el rostro morado por los golpes. Fue emocionante, emotivo y, sobre todo, un partido grande de baloncesto. En ese escenario, más cercano a la ACB que a la LEB por la intensidad defensiva y por el acierto en situaciones de máxima dificultad, el rey fue Lescano. En su disfraz de estrella de la categoría, Matías puso el alma, la templanza y la sabiduría. Sus compañeros entendieron el mensaje y, en una prórroga delirante, sellaron la victoria en un combate a doce asaltos y ganado a los puntos.

Todo lo que ocurrió en los 37 primeros minutos fue una pelea física extenuante, un dar y recibir, que no sirvió más que para desgastar al contrario y hacerle sentir dolor y miedo. El CAI cogió el mando del encuentro desde que pisó la pista y dio varios estirones en el segundo cuarto (42-29, a cuatro minutos del descanso) y en el último (81-72, a tres minutos para la conclusión).

Pero el Bilbao, un candidato extremadamente serio al ascenso, resistió los derechazos en la mandíbula y el juego rabioso del CAI con una enorme entereza. A tres minutos para el final, y después de la exhibición ofensiva de Lescano en el momento en el que se ganan o se pierden los partidos (dos triples y dos bandejas técnicamente perfectas), al equipo aragonés se le hizo de noche.

LA REACCION La luz se le apagó y no hizo más que dos puntos hasta el final. En un acto de fe en sí mismo y de coraje, el Bilbao, conducido con maestría por Javi Salgado, sacó fuerzas de donde no tenía y consiguió forzar la prórroga. En ese tiempo de sequía anotadora, Julbe condenó a Otis Hill a un papel irrelevante en el banquillo y su equipo lo pagó a precio de oro en ataque. En el cara o cruz, en cinco minutos de premio para la vista y el espectáculo agónico, el CAI resistió mejor y, con sufrimiento, dio el empujón definitivo.

Habían sido ya tantas, que de esa el Bilbao no pudo levantarse. Con la mirada alta y el orgullo intacto, el equipo vasco acabó derrumbado en la esquina, tumbado tras una lucha infernal y desfallecido por el esfuerzo. A Oscar González y a Ferrer no les tembló el pulso desde la línea de personal ni en los triples. No tuvieron piedad de un enemigo gigantesco, que jugó sin Hamilton ni Rodríguez, dos titulares, y que le dejó un mensaje al CAI: para subir necesitará un pívot y... algo más.