Nos pasan cosas inexplicables, tener a los dos mejores jugadores de la historia del fútbol, y los dos zurdos (Messi y Maradona), cinco presidentes en una semana y sobrevivir a todo, tener un Papa argentino…». Boca Juniors y River Plate disputan la primera e histórica final de una Copa Libertadores de América bajo la regla de la excepcionalidad. La propaganda de la Federación argentina (AFA) tiene algo de auto celebración: un clásico que en principio fue de barrio y que luego se extendió a todo el país, ahora apasiona a todo el mundo porque se «juega a todo o nada» y con emociones que escapan a la razón.

«No trates de entenderla, disfruta», dijo Claudio Tapia, el pintoresco presidente de la AFA, al explicar lo que está en juego hoy sábado. Si dicen que hasta Vladimir Putin adelantará su viaje a Buenos Aires, previsto en el marco de la cumbre del G-20, para no perderse el segundo de los partidos.

ESTADÍSTICAS // Boca y River se pelean como perros y gatos desde que un balón rueda en un campo. Los xeneizes, que hoy son locales, ganaron 134 veces. River cantó victoria 122. Empataron en 115 ocasiones. La supremacía boquense en la Libertadores es indiscutible: ganó seis títulos y se impuso a su rival en 10 partidos, empató siete y perdió otros tantos. Los otros, que solo exhiben una Copa continental en su vitrina, prefieren otra estadística: derrotaron a Boca en tres de los últimos cinco clásicos disputados.

Ni siquiera durante las finales de un Mundial se ha palpado en la calle tanta expectativa y un nerviosismo que a veces se sobreactúa. Un Boca-River supera las rivalidades políticas y va más allá de los dogmas religiosos. Un grupo de judíos ultra ortodoxos que, a la vez, profesan el amor a los colores azul y oro, decidieron desafiar las prohibiciones del Shabat, día durante el cual no pueden hacer nada, viajando a Barcelona para ver ahí el partido por televisión. La diferencia horaria les juega a favor, le explicaron al diario La Nación, y no se sentirán en falta. Al momento que empiece el partido, las nueve de la noche de España, las prescripciones sabatinas habrán terminado.

LA SEGURIDAD // Alejandro Domínguez, el presidente de una Federación Sudamericana que todavía no puede sacudirse por completo de sus escándalos, dijo que la final, además, servirá «para demostrarle al mundo» que se puede jugar en paz. La memoria a veces juega en contra y trae malos recuerdos.

Hace 50 años murieron 71 hinchas de Boca en la cancha River. Perdieron la vida aplastados, porque no pudieron abandonar el estadio. Las puertas de salida estaban cerradas. Fue la mayor catástrofe del deporte argentino. Medio siglo después no se sabe aún qué pasó. La zozobra siempre está latente.

Tres años atrás, los jugadores de River fueron atacados con gas pimienta por un hincha de Boca cuando salían al campo de juego. El agresor, sin embargo, nunca fue penalizado, y esas son también las «excepcionalidades» del fútbol argentino.

El Gobierno propuso que los dos partidos se jueguen con público visitante. Los clubs no quisieron correr el riesgo. Las autoridades tampoco y han decidido que el clásico sea custodiado por 1.000 efectivos policiales. Aunque parezca redundante, el Ministerio de Seguridad advirtió que no podrán entrar a las gradas y plateas «personas en estado de embriaguez», «bajo los efectos de sustancias priscotrópicas», con «armas blancas» y «de fuego», «vidrios», «iluminación láser» y silbatos, entre otras cosas.

El país verá el partido por televisión. Unas 80.000 personas tendrán el privilegio de ocupar un lugar en la mítica Bombonera, donde los gritos hacen cimbrar sus cimientos. Algunos no dudaron en pagar hasta 5.000 dólares por una entrada para presenciar en vivo el partido.

Para hoy sábado se esperan lluvias en la capital de Argentina como las del partido de 1981, cuando Diego Armando Maradona hizo que el portero de River Plate, Ubaldo Fillol, se arrastrara en el barro; o parecidas a las del año 2002, la tarde que terminó en esa misma Bombonera con una victoria de River por un contundente 3-0. Diluvie o caigan piedras del cielo, nadie querrá perderse ese momento irrepetible. Excepcional.