Era tan feliz cuando llegó en verano que pocos podían imaginar este cambio tan drástico en Borja Iglesias, aquel gallego de amplia sonrisa que se comió Zaragoza en dos días. No es el mismo ahora, hace semanas en realidad. El fútbol vivido con la exigencia de esta plaza lo puso en el centro de todas las miradas, propias y ajenas. El principio fue el de sus batallas con los defensas, que pronto lo envolvieron en el fútbol de su corpachón para tratar de desactivarlo; tardaron poco en llegar los árbitros, algunos con marcajes más vigilantes que sus mejores rivales; llegó más tarde la sequía; después la inquietud, la desazón, los insólitos errores. Al final vinieron los pitos. Sí, ayer al delantero del Real Zaragoza le silbaron en La Romareda, donde probablemente representó su peor fútbol desde que viste la camiseta blanquilla.

Da la impresión de ser una cuestión de orden mental. Borja se mueve igual, busca las mismas zonas y desahoga con la fuerza de su tronco muchas de las salidas de su equipo. Pero el fútbol, poco a poco, ha dejado de corresponderle con los pies. Seguramente no lo hace desde que perdió la alegría del gol, hace ya meses. Tres, concretamente. Un dato explica el inconveniente convertido en problemón del delantero titular del Real Zaragoza: Borja no marca un gol en La Romareda desde el 15 de octubre. Son más de cien días sin anotar en su estadio, una barbaridad para un ariete que solo se ha perdido un encuentro en casa en toda la temporada, una monstruosidad para el Zaragoza, que anda arañando victorias raquíticas agarrado a los goles de Pombo, que ha vuelto para quedarse, claro que sí.

Alguien debería devolverle a Borja esa alegría contagiosa de los primeros días. Luchaba como un jabato en el campo, enganchaba a su gente y hacía goles con asiduidad. Marcó siete en las 12 primeras jornadas, un promedio que le anunciaba sin temor por encima de los 20 a final de temporada. Hasta aquella noche en Sevilla que cambió tantas cosas en el Zaragoza, esa en la que el equipo aragonés se dejó zarandear por un imberbe conjunto filial y que supuso un contrapunto para el bombardero gallego.

El equipo aragonés empató el Viejo Nervión con dos jugadones de Delmás y dos remates de delantero total de Borja. Hoy no está ninguno. El primero porque no quiere el entrenador; el segundo porque, perdido en su melancolía, tendría que esperar nueve partidos para volviese a marcar. En Valladolid hizo otro par aunque no sirvieran para nada. El resumen deja esos dos goles en tres meses. Otra barbaridad que, evidentemente, el Zaragoza soporta con mucho sufrimiento.

Más cifras ponen en duda a Borja. Por ejemplo, que ha fallado los dos últimos penaltis; o que no ha marcado un gol en casa nacido de una jugada. Cinco de sus seis tantos lejos de La Romareda, sin embargo, se produjeron en combinaciones de diferente índole. Los datos se le han puesto en contra al tiempo que su gente. Una parte de su gente, en verdad. La otra sabe que Borja es imprescindible para este Zaragoza. Necesita su juego de espaldas, su actividad, su pelea arriba, su corpachón, su energía, su gol. Necesita, en definitiva, su felicidad.