Borja Iglesias vino a Zaragoza por la capacidad de seducción de un club gigante y por la insistencia de Lalo Arantegui. También, un poco mucho, tentado por la proximidad de Kase.O, por quien el gallego siente una profunda admiración transformada ahora en amistad. El rapero acudió a su presentación, se abrazaron como si fueran amigos de toda la vida y se intercambiaron camisetas con sus nombres en los dorsales. No hubo nada de impostado en el encuentro, en ese bautizo con padrino. Dos tipos transparentes fundiéndose en un rima translúcida. El gallego se sentía como en un cuento de hadas en la soleada Romareda de julio. Flaco, fuerte y formal, se desconocía si podría responder a la fama que se había ganado muy lejos, en una categoría bronceada de promesas, incógnitas y sombras.

Casi un año después, el delantero, que hoy ofrece una sentida entrevista en este diario, se ha ido con el corazón de los aficionados junto al suyo. Derramó goles y fútbol, aupándose, como buen depredador mimetizado de panda, a la cumbre de la pirámide animal con su salvaje anatomía física y deportiva, exhibiendo un abanico atacante de caudalosos recursos. Y atendió con puntual proximidad a la gente que se le acercó siempre, sin distinción alguna lo hicieran en primera persona o a través de las redes sociales, donde se descubrió como un experto en el noble arte de la interactuación. ¿Qué más se le podía pedir? Que llorara como lo hizo tras la derrota contra el Numancia, a tumba abierta sobre un desconsuelo emocionante, el de un profesional abatido, el de un ser humano que expresaba la derrota mucho más allá de su luto personal.

Poco a poco se pierde su figura curvada, que viaja hacia aventuras más exóticas con la dulce mochila melancólica de una ciudad y de un equipo que han sido muy suyos y a los que volverá porque se lo dice su agudo y sincero olfato. Muy de fondo, Kase.O le recuerda que esto, el cariño perenne que ha sembrado en La Romareda, no para porque nadie para el latido de un ser humano tan especial por su naturalidad.