A Borja Iglesias lo ha querido fichar este verano el Barça, para su filial pero el Barça, poniendo sobre la mesa un buen dinero contante y sonante, no excesivo para el precio al que cotiza el gol pero un traspaso al fin y al cabo. El Celta no quiso venderlo y el delantero gallego tampoco congenió con la idea de jugar en el Mini: apostó por hacerlo en un estadio grande, en un club en una penosa transición pero de historia grande y al que llega con unas expectativas igual de grandes. Una vez más, la voluntad del futbolista ha resultado vencedora y Borja, a quien en el anuncio de su fichaje ha acompañado esa corriente de generosa esperanza que siempre escolta al aroma del gol, defenderá la blanquilla en un nuevo intento por regresar a Primera División.

En Borja el aficionado ve a otro Borja y su contratación hay que ponerla en el balance de méritos de Lalo, quien este verano ya ha ganado por la mano varias negociaciones por anticipación, cariño y cercanía en el proceso del fichaje. El director deportivo tiene todavía más fe en el punta del que, desde ayer, le tiene la propia Romareda. Su carta de presentación habla de un punta con un pasado brillante en Segunda B (más de 60 goles en cuatro años) y todo el futuro por delante. Ese futuro ha querido empezar a escribirlo en el Real Zaragoza, cuya marca histórica es todavía un poderoso foco de seducción.