Después de jugar en el Club Baloncesto Zaragoza y de entrenar en el mismo CBZ, El Olivar y Helios, a Julio Boheli le apetecía probar nuevas experiencias en el baloncesto y en el mundo. Con el curso de entrenador superior recién terminado recibió la llamada de un excompañero del CBZ, Xavi Terrén, que buscaba técnicos para su academia, New Basketball Generation (NBG). No se lo pensó mucho, cogió un avión y ya lleva cinco meses en Hangzhou, aprendiendo chino en la universidad por las mañanas y entrenando en la NBG por las tardes y fines de semana.

En China el deporte es algo residual en los colegios, sobre todo en los públicos, y no hay muchos clubs porque la competición no empieza hasta la edad cadete, con 16 años. Por eso están proliferando las academias como la de Xavi Terrén, que pretende europeizar de alguna manera la práctica del baloncesto organizando torneos. «Cooperamos con colegios, captamos niños y los entrenamos en nuestra propia academia. Ese es mi trabajo, voy por colegios de China, hago clases de baloncesto y luego en la academia grupos de entrenamientos de baloncesto», explica el propio Boheli, de 28 años.

Ya puede manejarse en chino con los pequeños. «Vine sin saber nada y ahora ya he conseguido dar clases en chino y más de la mitad del entrenamiento lo hago en chino», indica el zaragozano. Además de una forma de integración, aprender chino es necesario porque en los colegios públicos apenas se enseña inglés. «En los colegios públicos los niños no saben inglés, salvo los que van a academias, pero aquí se estilan mucho los colegios privados, internacionales, y allí tienen un nivel buenísimo porque dan todas o casi todas las clases en inglés».

No es la única diferencia entre colegios públicos y privados. En los primeros, los niños salen a las ocho de la tarde, en los segundos, a las cinco o antes, lo que les deja más tiempo para el deporte, que tampoco existe dentro. «En los colegios lo que hacen es hacerles estudiar muchísimo, muchos deberes, mucha lengua, muchas matemáticas, mucho idioma, pero educación física nada. El que quiere hacer deporte se va a un club y lo hace por privado», indica. De ahí la proliferación de academias. «En cada ciudad hay como 15 o 20 y, en Shanghái, muchas más».

Hangzhou, como la mayoría de ciudades chinas, es enorme. Boheli se mueve en moto eléctrica, pero hay distancias entre barrios que no pueden recorrerse más que en metro o taxi. Y el tráfico es tremendo. «Conducen horriblemente mal. Yo no conduzco coche, pero en la carretera de las ebikes van peatones también, tienes que esquivar a mamás con carritos y todo. Es un desorden continuo».

Quizá el tráfico no sea más que el reflejo de una forma de ser. «Son personas muy desorganizadas, dejan las cosas en cualquier sitio, la gente se cuela en el metro y es lo normal», asegura, al tiempo que se deshace en elogios. «Tienen cosas muy buenas, la gente te ayuda con cualquier problema y a los extranjeros nos tratan de maravilla. Yo no he tenido ningún problema con ningún chino, al contrario», asegura rotundo.

Además, se vive bien y barato. «Es una de las cosas por la que vienen muchos extranjeros y se quedan tanto tiempo, la vida es bastante más cómoda que en España y mucho más barata. Tanto el alquiler del piso como comprar el pan o comer de restaurante. También es verdad que hay mucho más trabajo y menos paro. Sobre todo hay mucho trabajo para los extranjeros», indica este zaragozano en Hangzhou.