Cuando se escucha ¡entrenador al agua!, el resto de la tripulación, por lo general, no ordena ni sugiere que se detengan los motores. A algunos les duele que se pierda la figura del entrenador mar adentro, pero los futbolistas pertenecen a una casta que no suele mojarse ya se vaya el barco a pique con ellos dentro. La fulminante e inesperada destitución de Emilio Larraz el pasado jueves como entrenador del Real Zaragoza B tuvo formato de esquela en la página web. La nota desprendía cierta sordidez, con explicaciones huérfanas de sensibilidad y preñadas de sombras que abrieron de par en par las puertas de las especulaciones más variopintas. Hubiera sido más sano para la entidad y justo para el profesional haber procedido a enfocar el despido por el sencillo artículo de causas deportivas, de los malos resultados... El debate no hubiera sido menor, pero sí menos dado a la libre interpretación.

"Ha sufrido un desgaste profesional importante derivado de los complicados momentos vividos en el club. Y, como consecuencia de ello resulta, al entender de este Consejo, incompatible este estado de ánimo con la necesidad de liderazgo que exige actualmente la dirección técnica de la segunda plantilla", explicó el Real Zaragoza no sin que gran parte de los lectores dibujaran un gesto de ironía frente al comunicado. En líneas posteriores se le agradecían los servicios prestados, el cariño y la cualificación. Y patada a seguir en la trayectoria de un entrenador al que se le suponía larga vida en el filial. Posiblemente más allá. Aunque esa es otra historia.

El vestuario del filial se salió del guión este sábado en Villarreal, con César Láinez en el banquillo de forma eventual y a la espera de un explicación que le convenza para permanecer donde precisamente Larraz le puso. "Se les veía en la cara que iban a ganar. Antes del partido había ira en sus rostros, deseos de vencer por algo más que tres puntos", relata un testigo del encuentro. La reacción fue salvaje (1-4), de complicidad y compromiso con el escudo pero, sobre todo, con un hombre al que muchos "consideran su padre. Saben que le deben mucho". No, no se escudaron en el lamento ni lanzaron flotadores salvavidas para recuperar lo irrecuperable. Fueron más allá, hasta la orilla del triunfo incontestable y se lo ofrecieron al regresar del campo. En la pizarra escribieron: "Va por ti míster", etiqueta que insertaron en Twitter como homenaje a Emilio Larraz.

Puede que sea un buen entrenador, como avala su trabajo y gran parte de la crítica futbolística de Aragón, o puede que no tanto. Nadie, sin embargo, discute su vocación y el sábado, en Villarreal, logró amortiguar su amargura al recibir ese gesto de complicidad y reconocimiento humano de sus jugadores. En un Zaragoza todavía con bastantes claroscuros en su funcionamiento interno, los chavales del filial se comportaron como caballeros. Muy posiblemente siguiendo los códigos vitales de un técnico despojado de la montura por las razones que sean pero reafirmado en la dignidad por sus propios alumnos. Una buena lección para quienes carecen de clase.