Osasuna se zampó de una dentellada a un Real Zaragoza que le puso el triunfo en bandeja de plata en demasiados aspectos que no se pueden consentir cuando juegas ante un equipo con semejante mandíbula. No le hizo falta mucho más. Los navarros siguieron por el raíl de siempre, por donde han logrado mantenerse invencibles en El Sadar, con un martilleo vertical y físico que no es sencillo de interrumpir ni de soportar. Lo estaba haciendo el conjunto aragonés con cierto desparpajo, un control moderado en la disputa del balón y firmeza en el bombardeo, pero Eguaras acabó expulsado por una entrada de las que debe prohibirse uno mismo cuando llevas una tarjeta en la mochila. Con diez frente a la bestia, solo quedaba resistir y que Cristian Álvarez continuara con un espectáculo que acabará siendo de pago al margen de la entrada: quien quiera ver al rosarino, deberá hacer frente a un suplemento. El guardameta realizó tres paradas que agrandan su leyenda, sobre todo un pícaro lanzamiento de Roberto Torres desde campo osasunista al que el argentino respondió volando con los motores ardiendo. Salvó a toda la tripulación con una mano. Hasta los postes le sonrieron en dos ocasiones, sin duda simpatizantes de un portero con quien se lo pasan en grande.

El Real Zaragoza fue el de siempre con Víctor Fernández, quien planteó el partido con dos delanteros, Soro de mediapunta y Pep Biel labrando la banda derecha. Valiente, sin duda. De igual forma que cándido a la hora de matar. Mueve el capote con estilo pero con la espada pincha en las dos áreas. Si Eguaras se había ido a mala hora, peor fue el error personalizado de Chechu Dorado a un centro bajo que le venía perfecto para despejar. El central golpeó al aire con la zurda y a sus espaldas, solo, estaba Juan Villar con un bazoka. La experiencia, serenidad y contundencia del central saltaron por los aires en un fallo humano que hizo descarrilar al equipo. También se había confundido Víctor Fernández antes, cuando hubo que replantear la estrategia con diez: en lugar de restar un punta, con Linares con pocas energías y molido a palos, prefirió quitar a Pep Biel y conservar su estilo personal de todo o nada. Esta vez le pudo una ambición mal gestionada.

Osasuna lo gobernaba todo sin brillo y no pocas imprecisiones por aceleración pero bajo la dirección absolutista de Fran Mérida y una evidente superioridad física en músculo y centímetros. Sin embargo, Álvaro pasaba por el ángulo muerto de la visión de un defensor que le cedió el balón. El delantero cabalgó solo hacia Rubén y al llegar le temblaron las piernas. Tuvo el empate regalado y lo desperdició. Tiró el balón fuera, que era lo más complicado. Otro error que sumar a la lista de un Real Zaragoza sin apenas oxígeno que se lanzó a tumba abierta con todas las heridas abiertas. Porque el conjunto aragonés pelea también con su delicada salud. Primero se lesionó Guitián, relevado por Verdasca; después Benito aguantó como pudo con las fibras pidiéndole piedad; Dorado, Linares, Álvaro... Unos por baja forma y otros por dolencias que incomodan, no pudieron competir al nivel de un Osasuna que está como un roble. Y cuando lo hicieron, se marchitó la calidad individual en la toma de decisiones.