La ACB se aleja de Zaragoza. Después de los dos primeros partidos en Granada, saldados con dos derrotas dolorosísimas, el ascenso del CAI depende ahora mismo de una conjunción de tres factores en un mismo tiempo: de un milagro deportivo, de una reacción espectacular e histórica de una plantilla tocada moralmente por el peso del 2-0 en contra y de un desfallecimiento en cadena de los jugadores del Granada. La conclusión es tan sencilla como alarmante. El CAI tiene que ganar los tres partidos que restan de la serie para conseguir su objetivo. No es una misión imposible, pero sí altamente complicada. El próximo viernes (21.00 horas) se jugará el tercer encuentro de la eliminatoria, el único que por el momento está asegurado. Si el Granada vence, el sueño habrá finalizado.

El reto del equipo es de grado mayor y exigirá una respuesta en la pista que se acerque a la perfección. Sobre todo porque después de los dos primeros encuentros de las semifinales, la sensación que ha quedado es que el Granada es, hoy por hoy, mejor equipo que el CAI. Ayer, cuando el partido entró en su fase determinante, el conjunto andaluz endosó un parcial avasallador (28-11 en el último cuarto) y remontó un partido que iba perdiendo (50-55 tras 30 minutos de juego). En esos instantes, el Granada tuvo fe, empuje, intensidad defensiva y capacidad de resolución. Y el CAI se disolvió como un azucarillo, nervioso ante la envergadura del reto.

LA MEJORIA Todo el buen trabajo realizado en los tres primeros cuartos se fue al traste en un plis plas , y el CAI acabó escuchando los olés del pabellón, bajando la cabeza ante un rival netamente superior. La serie está ahora en su peor escenario porque el 2-0 no es casual: el Granada es un equipo de enorme categoría, con muchos recursos, integrado por jugadores muy experimentados y de gran calidad técnica.

El CAI mejoró de forma ostensible con respecto al primer partido. Y gracias a ello consiguió llevar la pelea al terreno en el que había soñado. Después de un inicio titubeante, el equipo de Alfred Julbe remontó gracias a su aplicación defensiva, que anuló a Nacho Ordín, el factor clave del primer día. Con esa receta, el equipo aragonés consiguió que el Granada anduviera perdido, confuso por la pista y sin rumbo. Cuando eso sucedió, el CAI desaprovechó la ocasión de matar a su rival. Adquirió ventaja. Sí, pero excesivamente corta (50-55). La ventaja de cinco puntos al final del tercer cuarto, construida por la seriedad del trabajo colectivo, hizo presagiar algo diametralmente opuesto a lo que sucedió.

En el último cuarto, el equipo perdió los papeles y Julbe, que fue responsable de que Walls hiciera la cuarta falta a más de doce minutos por no sentarle, tampoco acertó a dar con la fórmula para remediar el desastre: insistió con un Esmorís negado, dejó en el banquillo a Doblado (notable antes del descanso) y sentó a Hill cuando el equipo estaba ofuscado en ataque. Esto ya es pasado. Para que el futuro sea brillante muchas cosas tendrán que cambiar.