En cuestión de días, la Liga ha cambiado de tendencia. El Madrid imparable al que algunos etiquetaron como el mejor de los últimos años y que parecía estar a un paso de ganar el título en la primera vuelta ha perdido fuerza de la misma manera que la ha recobrado el Barça. En el Camp Nou las sensaciones se han invertido y ahora se impone la confianza, lejos de las dudas y la inquietud de hace unas semanas. Y en medio aparece el sorprendente Sevilla, dispuesto a incordiar y a seguir peleando hasta que el cuerpo aguante, fiel al ideario de su guía Sampaoli.

El Madrid metió el pie en el 2017 con paso firme, con la autoestima por las nubes tras conquistar el Mundial de clubs pese a que el título llegó entre sufrimiento con la angustiosa final ante el Kashima Antlers. Pero la eliminatoria ante el Sevilla y la goleada al frágil Granada, reforzada por la gestión de Zidane con las rotaciones y combinada con la derrota azulgrana en Bilbao en la Copa y el empate en Villarreal dispararon las sensaciones contrapuestas.

En el Bernabéu se pusieron a hacer las cuentas de la lechera, como tantas y tantas veces, y en el Camp Nou las voces de alarma y ese aire pesimista que siempre reaparece en los momentos bajos. Hay cosas que no cambian por más que las situaciones hayan cambiado tanto en los últimos tiempos.

Los elogios al Madrid no eran gratuitos. Una racha de 40 partidos sin perder no es una casualidad, pero en los análisis se colaron grandes exageraciones, algunas muy por encima del juego, al amparo también del ruido por la coronación de Cristiano como The Best y el espot blanco en el que se convirtió la gala de la FIFA, favorecido por la ausencia de las estrellas azulgranas.

Pero como ocurre a menudo llegó el efecto boomerang que, curiosamente, arrancó en el mismo punto desde donde cobró impulso: Sevilla. Sampaoli no dejó pasar el tercer mano a mano y esa mezcla de intensidad y fe que mantiene el equipo de principio a fin le valió para lanzar un golpe que ha dejado huella. Le pagó con la misma moneda que tantas veces ha resucitado al Madrid, en un perverso guion que se inició con el gol de Ramos en propia puerta y el remate más allá del minuto 90.

MODRIC Y MARCELO

Una herida en la que hurgó el Celta (1-2). De repente, el Madrid se encuentra con la Copa en peligro, una situación dramática no tanto por el valor del título por si solo sino en calidad de acompañante. La Copa se entiende como una pieza para dibujar un doblete y, sobre todo, el triplete, el deseo imposible que persigue para igualar al Barça. La situación se ha complicado con las lesiones de Modric, más leve de lo esperado (10 días) y, especialmente, la de Marcelo (un mes) que se unen a la de Carvajal. No obstante, el equipo de Zidane ha terminado la primera vuelta en primera posición y, por lo tanto, como campeón de invierno, aunque todavía le queda por disputar un partido aplazado por el Mundial de Clubs.

En el Barça, el panorama es muy distinto y, pese a la situación de desventaja (2 puntos con un partido más con respecto al Madrid, uno con el Sevilla que ocupa la segunda plaza), las sensaciones han cambiado. Ya nadie da la Liga por perdida en el club azulgrana. Al revés. Penalizado en el marcador en San Mamés y en Villarreal más de lo que merecía por juego, la situación se ha equilibrado en los últimos partidos y el equipo vuelve a parecer solvente. Cuatro victorias consecutivas, con el tridente recuperando lo mejor de sí mismo. En dos de esos duelos han marcado los tres. Suárez y Neymar vuelven a acompañar a Messi, el único que se mantiene ajeno a cualquier crisis. El único que es siempre el mismo: The Best.