En medio del aplauso, el rechazo y la sensación de que a estas alturas es inimputable, Diego Armado Maradona juega su propio torneo mundial, el del histrionismo. Diego no puede quedarse al margen de las pantallas, ni siquiera cuando el seleccionado argentino está en el campo, y por eso las cámaras lo siguen en la platea como si se protagonizara un acontecimiento paralelo.

Maradona ha sido un maximalista dentro de la cancha y sus intervenciones superaron el límite de lo entonces posible. Esa lógica lo ha perseguido en el retiro y se ha exacerbado en la era de las redes sociales. Conoce muy bien el valor, aun en su desmesura, de estar a la vista de todos. Ya lo había comprobado durante Sudáfrica 2010, cuando era entrenador del seleccionado y las cámaras lo seguían al borde del campo como si fuera una nota al pie permanente del partido. La sobreabundancia de su imagen no siempre es gratuita. Según Sport Bible, la FIFA le paga 13.000 dólares por «aparecer» como integrante del equipo ‘Legends Concept’. Sin embargo, durante los partidos del seleccionado su misa de cuerpo presente tiene un sentido que no se relaciona con el dinero. El derroche del mito es el de la economía del espectáculo, en clave de esperpento. En la tarde de San Petersburgo, en la que Argentina pasó agónicamente a octavos, el ‘Diego de la gente’, como le gusta llamarse a sí mismo, llevó su papel de histrión más lejos de lo conocido.

Primero, antes de que comenzase a rodar el balón, se puso a bailar cumbia con una nigeriana. Después hizo su propio juego de máscaras, gritó, saltó, gesticuló, sedujo, bromeó, insultó y pidió al estadio, poblado de argentinos, que fueran igual de intensos. Maradona siempre es exageración en sus modos y ademanes (salvo cuando comenta los partidos para la cadena venezolana Telesur, en los que suele ser buen comentarista futbolístico).

Si hasta se lo vio dormir una siesta de los justos y ser revisado por un médico. «Quiero contarles que estoy bien, que no estoy ni estuve internado. En el entretiempo del partido con Nigeria, me dolía mucho la nuca y sufrí una descompensación. Me revisó un médico y me recomendó que me fuera a casa antes del segundo tiempo, pero yo quise quedarme porque nos estábamos jugando todo. ¿Cómo me iba a ir? Les mando un beso a todos, perdón por el susto y gracias por el aguante, ¡hay Diego para rato!».

El jugador al que llamaron Dios y que ha tenido una Iglesia Maradoniana, con sus ritos y persignaciones, sus túnicas y emblemas, no puede creer cómo alguien pudo darlo por muerto y propagado esa versión en el mundo virtual. «Me dio mucha sorpresa oír cuando dijeron que resucité», dijo en su programa televisivo ‘De la Mano del Diez’. Hay «mediocres» y personas de «mala leche» que no lo quieren. Semejante extremaunción no podía quedar así. Merecía una respuesta maradoniana. Por eso, el exastro ofreció una recompensa para llegar a los responsables de la infamia. El abogado de Maradona, Matías Morla, informó que tiene precio: 10.000 dólares a quien aporte «datos certeros y precisos sobre el autor de los audios».

No faltan igual los argentinos que le reprochan a Leo «no ser» como Diego, especialmente en esos aspectos en los que se muestra sin correcciones: la chispa humorística, la extroversión, pero, además, su tendencia a amar y luego odiar. Que sea otro artista de las contradicciones personales: el guevarista que vive en Dubai, el amigo de Nicolás Maduro y Fidel Castro, pero que también lo ha sido de Carlos Menem, el «ciudadano» que apoya una ley del aborto libre y gratuito en Argentina, donde lo denuncian de actos de violencia de género. Lo de Diego será siempre la ausencia de mesura, la mordacidad y el hambre insaciable de permanecer en un primer plano. Como sabio o saltimbanqui.