El cuentakilómetros del coche no baja de 40 por hora. La velocidad puede parecer muy pobre. Pero la carretera no es llana y ellos andan en bicicleta. El Big Blue aparece perfectamente formado, de dos en dos. Lance Armstrong, el campeón, el ciclista que quiere ganar el Tour por sexta vez, parece que se refugie en el interior del grupo, rodeado de compañeros, con Rubiera, con Landis, Ekimov, Hincapie, Beltrán, Azevedo, Noval y Padrnos. Con ellos también va Claude, el dueño del hotel provenzal. El hombre lleva semanas entrenándose, poniéndose en forma para no defraudar y, aunque vaya el último del grupo, perfectamente vestido con el uniforme del US Postal, no pierde ni la rueda, ni la compostura, a pesar de sus 50 años bien cumplidos.

Claude tiene un pequeño hotel y se lo mira mucho a la hora de coger a equipos ciclistas como huéspedes. En la recepción de su establecimiento cuelgan dos maillots amarillos, 10 tours en total. En el pequeño hotel de l´Esplan de Saint-Paul Trois Ch teaux, a unos 20 kilómetros al norte de Orange, no duerme cualquiera. Antes lo hacía Miguel Induráin y, ahora, Lance Armstrong. Allí descansaba el navarro cuando corría el Tour o el Dauphiné Libéré.

La feria de la bicicleta

Antes, Claude salía a entrenarse vestido de banesto y ahora lo hace, a rueda de Armstrong, con el maillot de la formación estadounidense. Parece que en la plaza del casco viejo de Saint-Paul haya una feria de la bicicleta. Todos los cicloturistas del lugar se han puesto de acuerdo. Y, por supuesto, se han informado de dónde dormía Armstrong. El astro tejano ha pasado estas dos últimas veladas con la sensación de poder ver amanecer guiado por la maravillosa imagen del Mont Ventoux, del Gigante de Provenza. Por sus parajes se entrenó ayer, con cicloturistas, con Claude, y cerca de su novia, Sheryl Crow, quien también buscó la complicidad del valle del Ventoux para ponerse en forma montando en bicicleta.

Chechu Rubiera no parece impacientarse sentado al volante del autocar del equipo. "Aquí estoy aguardando al jefe. Sólo espero que no haga como el año pasado, en el día de descanso antes de dejar los Pirineos. Lance apretó tanto en una cuesta que ninguno pudo seguirle". En el autocar están todos... menos Armstrong. Va llenándose la plaza. Parece que todo el pueblo haya salido a la calle para ver al tejano por unos instantes. Los coches están aparcados por todas partes. La mayoría son vehículos con placas de prensa del Tour. Las cámaras de televisión y de fotos están listas para entrar en acción. El murmullo aumenta. "¡Ahí llega!", avisa Chechu. Se levantan de inmediato. Armstrong aparece en un abrir y cerrar de ojos, visto y no visto. No hay ni tiempo para que los admiradores del pueblo puedan centrar su imagen en el visor de las pequeñas cámaras digitales.

Se encienden los motores. Los cámaras corren hacia las furgonetas, los fotógrafos a las motos, los cicloturistas se instalan sobre los sillines de las bicis. Comienza el espectáculo. Armstrong sale a entrenarse. Y no va solo. Le rodea su ejército particular de gregarios, los mismos que quitaron la respiración a todos los rivales en los Pirineos, los mismos que empezarán a operar desde hoy y a sacar de quicio a los adversarios en tres días de soberbia dureza alpina. Pero también le siguen dos coches más de su equipo, con su director, Johan Bruyneel y el séquito de vehículos acreditados del Tour. Al menos, 12. Y él que no baja de 40. Es día de reposo. A Armstrong le da igual.