Han existido toda la temporada, porque en ningún momento han dejado de ser un problema. Ni antes con Paco Herrera ni ahora con Víctor Muñoz, que tampoco ha conseguido erradicarlos. Los errores individuales en la línea defensiva, más de interpretación y resolución personal de situaciones puntuales que de origen colectivo, que igualmente los hay, continúan lastrando al Real Zaragoza como lo han hecho toda la Liga. En estos días las figuras de Laguardia y Rico están en el centro de este debate, el primero por una última desatención en Soria y el segundo por lo mismo y por una tendencia de más largo plazo.

El lateral izquierdo es el único jugador del filial que ha logrado asentarse como titular en el primer equipo este año y que ha conseguido aprovechar la ventana de oportunidad que siempre es un descenso a Segunda División para los futbolistas de la cantera. Eso es mérito suyo. Nadie duda de su capacidad física, de su habilidad para poner buenos centros, para desplegarse en ataque y de su potencia de tiro. Pero sí de su aptitud defensiva, que hasta hoy ha tenido importantes lagunas, aunque es obligatorio, porque de otra manera con él no se hará un jugador, poner en consideración su edad y su inexperiencia.

Diego Rico está llevando la bandera de la Ciudad Deportiva, pero tras él ha habido otros jugadores que se han estrenado de forma más o menos constante con los mayores: Tarsi, Suárez, Esnáider, Carlos Javier... En épocas de descensos siempre ha sido así, aunque en la comparación vuelve a estar la diferencia. En los dos últimos pasos por Segunda los nombres fueron más lujosos. Los Ander, Cani, Soriano, Generelo o Espadas aparecieron de repente y tiraron de aquellos carros, poniendo las gotas de fútbol e identidad imprescindibles con una fuerza muy superior a la que puede hacer Rico.

El fútbol ha cambiado mucho, el nivel de esta categoría se ha empobrecido y en el Real Zaragoza han acabado jugando futbolistas que en otro tiempo jamás lo hubieran hecho. Nada es como era. Esto, tampoco.