No se asuste si al pasear perdido por la montaña se encuentra a una especie de caracol humano portando una enorme colchoneta a la espalda. No es una alucinación ni un vagamundos desnortado. Sí será la señal inequívoca de que cerca se encuentra una zona de escalada en bloque. Y seguramente si el parlotear de estos seres no es entendible puede estar casi seguro de que anda deambulando alrededor de Albarracín. El entorno de este bello enclave turolense se ha convertido en la última década en la capital del búlder europeo.

Las guías y los expertos nombran el paraje de los Pinares de Rodeno como la meca del bloque en el sur de Europa, con permiso de Fontainebleau. La arenisca rojiza predominante en Albarracín facilita buenos agarres y que los dedos no se despellejen como en granitos más duros, permitiendo más horas de acción. El clima seco, sin humedad, potencia este tipo de escalada libre, sin cuerdas ni fijaciones, de corto recorrido, máxima explosividad y despliegue técnico. Unas 2.000 líneas esparcidas hacen de estos cañones un catálogo variado para el experto que busca la perfección del octavo grado y también para el novato que quiere iniciarse en cuartos o quintos.

Múltiples formas y salientes, techos con buenos agujeros, placas verticales de regletas ínfimas o abundantes salidas de romos y mantels son propuestas en bloques con nombres curiosos como Cacahuete, Garbancito o el Rompededos. Existen once sectores distintos entre los que destacan Arrastraderos, Techos, Tierra Media o Entre Aguas.

La difusión de vídeos comerciales, como el del estadounidense Paul Robinson en 2012, pusó a Albarracín en el mapa mundial del bouldering. No era un lugar desconocido entre maños, madrileños, vascos y valencianos, pero sí se popularizó como una referencia en esta dinámica forma de trepar existiendo alojamientos y servicios específicos para sus practicantes.

Uno de ellos está regentado por Hugo Alonso, un vasco que hace cinco años y medio se instaló en Albarracín. «Vivía en la India y tenía un hotel cerca de una zona de escalar. Hice un viaje a Albarracín para blocar y me sorprendió su potencial», indica Alonso. Con su socia local Natalia Calvé puso en marcha SandStone Guest House, un punto de encuentro para aquellos que llegan desde todos los destinos como Estados Unidos, Japón o Indonesia. «El 95% de nuestros clientes son extranjeros. Hemos llegado a albergar al equipo nacional de Malasia y hace unas semanas estuvo practicando una competidora holandesa del circuito mundial de boulder», anuncia el propietario.

La escalada persiste como un motor de la economía de Albarracín incluso durante la pandemia. «Tenemos ahora albergado a un alemán desde hace seis meses y un italiano desde hace tres. La media de permanencia es de quince días y en la pandemia se ha ampliado. Son turistas que gastan en el restaurante, en la tienda, de larga estancia, que dejan un amplio beneficio al pueblo», subraya este emprendedor.

Repoblando

La tienda especializada Sofa Boulder, abierta en 2013, es otra de las señales de este valor añadido. La sevillana Rocío Fernández vende crash pad (colchonetas), magneseras, pies de gato... Llegó desde Madrid, una neorrural a la que han seguido otros. «Hay gente que viene a vivir a Albarracín solo por los bloques. Vascos, italianos, alemanes... y una pareja de Estados Unidos que ha traído una niña al cole. Es algo que va a ir a más», comenta Rocío.

El auge por el boca a boca provocó en 2014 la protección del espacio natural y la regularización de conductas. Está prohibido acampar, llevar perros sueltos, hacer fuego, se aconseja limitar el uso de magnesio y clecas (marcas en los cantos), no se puede blocar después de la lluvia o de noche, dejar basura... y se ha restringido de forma temporal ciertas zonas en época de anidación de aves y de manera total el acceso cerca de los abrigos de pinturas rupestres y a cinco áreas concretas: Acantilados, Península, Psicokiller, Mirador y parte alta del Valle de la Madera.

La concienciación y el respeto provocaron la creación de colectivos que sensibilizan a los visitantes y organizan de forma periódica acciones como recogida de desperdicios. Porque el búlder es un deporte social donde incluso existen porteros: compañeros que guían y recolocan la colchoneta y cuidan de agarrar al escalador ante una caída.

El cepillo de largas cerdas es un utensilio habitual para limpiar las líneas de residuos y mantener las rocas en su estado natural antes de cada pegue (intento). Esta buena convivencia afecta a la ampliación de las líneas o problemas por los nuevos lobetanos. «En este año hemos adecentado unos 250 bloques más. No se trata solo de potenciar las líneas de alta dificultad, sino de otras para todos los niveles. Retirar los líquenes o rocas sueltas y adecentar el suelo para colocar la colchoneta es un trabajo que hacemos para los demás», dice Hugo Alonso.