Sorprendió la carta que subió a sus redes sociales Albert Fontet el martes. A sus 32 años deja profesionalmente la pasión que le ha tenido atado y enamorado desde los 13 años. Tras meditarlo, ha llegado el momento de dejarlo: «Ya hacía un tiempo que lo tenía pensado. En los últimos años no me lo estaba pasando tan bien y siempre he tenido claro que no iba a jugar hasta ser muy mayor. Me apetece hacer mil cosas más y la vida no es tan larga como para centrarte solo en una cosa», cuenta el pívot.

El martes fue un día de emociones y de hecho confiesa que le costó más de lo que él esperaba. Entre risas dice que no le da mucha pena no estar entre las pistas «porque la pretemporada no mola», pero «dentro de tres meses cuando vea a todos mis amigos jugando» lo echará de menos.

Sus años más dorados los vivió en el CAI Zaragoza, equipo del que llegó a ser capitán. Entendió su rol en cada momento, con más o menos minutos, y lo ejecutó a la perfección. No es casualidad el cariño que guarda entre la afición zaragozana y entre sus compañeros por su calidad humana, liderazgo y compañerismo.

En su carta hubo una mención especial para José Luis Abós. Él y Willy Villar apostaron por él para jugar en la élite tras venir de la LEB. «Fue influyente para mí en todo», dice Fontet de Abós. «Le tengo un aprecio bárbaro y logró algo muy difícil, que era hacer que todos los jugadores se sintieran importantes, jugaran 38 o cero minutos. Le echo mucho de menos, fue muy duro y merecía un apartado especial en mi carta de despedida», comenta.

De todos sus buenos recuerdos, que priman en su mente sobre los malos, Fontet se queda con su primer año en el CAI Zaragoza por la cantidad de minutos que disputó debido a las recurrentes lesiones de Archibald y Hettsheimeir y por el salto de calidad. «Venía de la LEB y después pase a jugar con Carlos Cabezas», rememora. Eso sí, sobre todo guarda en su retina «el año en el que acabamos terceros porque éramos una piña y nos lo pasábamos muy bien en la pista», afirma.

De hecho, tan buena es la relación con sus excompañeros, que son amigos e incluso más que eso, que gran parte de aquella plantilla estuvo presente en su boda a comienzo del verano. Rudez es amigo íntimo, Pablo Aguilar fue testigo y Llompart leyó en la ceremonia. Una familia. Tanto es así que ahora que tendrá más tiempo libre espera «ir a Zagreb, Murcia o Italia» para verles.

Tras un año en Portugal regresó a España para jugar en el Peñas Huesca. Ahí recogió otro tipo de experiencias: «Me quedo con que lo hemos pasado muy mal y nos salvamos en la última jornada dos años seguidos. Perder es muy difícil», sentencia.

Nunca fue una superestrella. Tampoco hizo falta. En el recuerdo quedarán su garra y su entrega, cualidades que siempre eran innegociables en él. Ahora comienza una nueva etapa, aunque todavía no sabe dónde ni qué hará. Con una sonrisa dice que está «abierto a propuestas», así como que no se cierra a nada, esté relacionado con la empresa privada o con el mundo del baloncesto. Punto y aparte para el capitán.