Pocos, muy pocos, apostaron por su regreso. Incluso él mismo llegó a dudar. Trece largos meses dan para todo. La incertidumbre y el miedo combatían con la confianza y el optimismo, pero siempre con una idea fija, un objetivo, un sueño: volver. Una meta que parecía inalcanzable para la mayoría. Jamás lo fue para Alberto Zapater, de profesión futbolista. Un coloso entre leones.

El capitán ya comanda la manada. Atrás quedaron tiempos de zozobra y congoja. Desde aquel 11 de mayo del 2019, cuando se despidió temporalmente del fútbol para pasar por el quirófano y solventar, así, los insistentes problemas en el tendón rotuliano de su pierna derecha, la vida se ha empeñado en ponerle las cosas difíciles al ejeano. Nada nuevo, por otra parte. La operación, en Londres, a finales de octubre dio paso a una estancia de tres meses en Barcelona en busca del mejor método de recuperación. «Dejaba a mis hijos en el cole el lunes por la mañana y no volvía a verlos hasta el viernes», recordaba no hace mucho el aragonés.

Agacharse para jugar con ellos llegó a ser una agonía. Su cuerpo, aquejado por recaídas y problemas derivados, iba a un ritmo muy diferente al de su mente, empeñada en imaginar cómo sería ese día. El del regreso. «No me he operado para volver a jugar con mis hijos, sino para volver a jugar al fútbol», aseguraba en noviembre, cuando todo era todavía oscuro.

El calvario se endurecía por momentos. También de regreso a Zaragoza, donde la rigidez de la batalla no se rebajó. Pero Zapater no se rindió. Nunca lo ha hecho. No lo hizo cuando alguien se atrevió a decirle, hace años, que no volvería a jugar y le propuso concederle la inutilidad. No. Un león nunca baja la cabeza. El Zaragoza crecía y las ilusiones se disparaban, lo que se convirtió en el mejor estímulo. El capitán quería estar ahí, aunque había poco tiempo. La recuperación iba lenta y todo apuntaba a que la temporada había acabado para él.

Pero la pandemia, esa maldita pandemia, le deparó un resquicio de esperanza. El parón de tres meses le brindaba la oportunidad deseada y que parecía haberse esfumado. «Todos los días que me he despertado me he imaginado jugando al fútbol. Si no tuviera esa ilusión no tendría sentido hacer todo lo que he hecho. No lo he hecho para jugar cuatro días. Ahora estoy muy contento», dijo justo antes de que el coronavirus lo detuviera todo.

Un 13 de junio del 2020, el día de su 35 cumpleaños, Zapater volvió a jugar. Lo hizo de lateral derecho y a pesar de que Víctor había llamado inicialmente a Francés para sustituir a Guitián. A su entorno más cercano había admitido sus nervios previos al volver a preparar la mochila para dirigirse al estadio. Aquellas benditas sensaciones. Y regresó. «Me ha costado un montón al principio porque, si ya de por sí es es complicado entrar en un partido, en mi caso, que llevo trece meses fuera, aún lo es más», admitió el canterano al término del choque. «Esto es un pasito más para mí. Era mi cumpleaños y para mí estar convocado era un premio a mucho trabajo, pero el regalo eran los tres puntos y espero que sean en Lugo». Así tendrá que ser. Sería la recompensa justa tras salir victorioso de una batalla que amenazó el final de su carrera. Pero Zapater siempre gana. El capitán es invencible.