Sevilla tiene un color especial. Como dice la canción que sonaba una y otra vez en el estadio de La Cartuja. La fiesta de la Copa Davis no la paró ni la decisión de jugar el último punto de la eliminatoria entre Tommy Robredo y Mardy Fish (6-7, 2-6). El gerundense intentó ganarlo, pero entró en la pista sin haber calentado, después de haber celebrado el irrevocable triunfo minutos antes.

Allí acababa de abrazarse a sus compañeros, de mantear a Moyá y perseguirse por la pista con botellas de cava ante los 27.200 espectadores (nuevo récord Guinness ) que esperaban ver ese final feliz y vivirlo con la intensidad de una ciudad en la que nació el jugador número 12 del fútbol. Ayer ese espíritu se volcó con los jugadores españoles, como había sucedido ya el viernes y el sábado.

EL HIMNO DEL 2000 La explosión de júbilo fue imparable desde el mediodía hasta mucho después de que Moyá, Nadal, Robredo, Ferrero y Jordi Arrese, el capitán, recibieran de manos de los príncipes de Asturias la ensaladera de plata. Antes, don Felipe y doña Letizia ya habían felicitado personalmente en la pista, nada más acabar el partido, a Moyá y a Arrese en un acto menos protocolario que tuvo continuación en el vestuario del equipo español, con el resto de componentes del equipo que saltaban enloquecidos y coreaban los nombres de cada uno de la larga lista de miembros del grupo.

Nada más rematar Moyá el partido decisivo ante Roddick, a las 15.40 horas, tras 2 horas y 29 de juego, la fiesta se desbordó. Las imágenes fueron muy similares a las vividas hace cuatro años en Barcelona, pero con matices. En la peculiar pista de La Cartuja se repitieron algunas de las liturgias del Sant Jordi, como el baile de la inevitable canción de Gloria Gaynor, I will survive que popularizó el equipo del 2000 y su alma mater festiva, Alex Corretja, ayer uno de los pocos ilustres ausentes de Sevilla. Tampoco estuvo Joan Balcells, en viaje de novios al otro lado del mundo, pero sí Albert Costa, en la grada, y Juan Carlos Ferrero, integrado por fin sobre la pista en un equipo que provocó el delirio.

El cántico de "a por ellos, oé" que se había adueñado del estadio en los días previos se fue transformando paulatinamente, a medida que Moyá sometía al número dos mundial, en otro estribillo, "campeones, oé", confirmación de que la segunda ensaladera de plata ya estaba en el bolsillo. Donde sí estaba era en la retina de los espectadores, donde quedará grabada, y en la imagen de los fotógrafos, que no pudieron, sin embargo, satisfacer el deseo de los príncipes de Asturias de que ambos equipos posaron juntos detrás del trofeo. Nada más recibir sus medallas y las pequeñas réplicas destinadas a los subcampeones, los estadounidense empañaron su excelente comportamiento en Sevilla al irse a jugar a béisbol detrás de la cancha mientras los jugadores españoles seguían exteriorizando su euforia.

HASTA LA PRpXIMA Después de que uno de los capitanes, Juan Bautista Avendaño, celebrara con su hijo Juan --que ayer precisamente cumplía un año-- el éxito y de que Moyá abrazara emocionado a su hermana Begoña, que raramente puede acudir a sus partidos, jugadores y técnicos no dejaron pasar la ocasión de agradecer el apoyo de este jugador número 12 que, como reconoció Moyá, "un poquito sí que influyó en el resultado". El más imberbe, Nadal, citó a la afición para nuevas finales: "A ver si nos vemos pronto. Venga, hasta luego".

Ya en la sala de prensa, los jugadores pudieron rebajar la tensión de una jornada única en sus vidas. Moyá, que había recibido un caluroso aplauso de los periodistas que abarrotaban esa sala, una hora antes cuando acudió tras haber ganado a Roddick, no parecía tener ya palabras para demostrar su felicidad cuando preguntaron a cada jugador. Moyá tomó la palabra el primero. "Es una sensación única, maravillosa y que ya rocé el año pasado en Melbourne".

A su lado Nadal, jugueteaba con el móvil y mostraba su desparpajo. "Estoy encantado de haber jugado en un equipo tan fantástico. Pocos pueden llegar y ganar ya la Copa Davis. Eso no es fácil", dijo el mallorquín. Mientras, Robredo aprovechaba para repasar una temporada increíble en la que "he ganado el Godó, en mi casa; me he colocado el número 13 del mundo y lo he rematado con este triunfo".

MALESTAR POR EL FUTURO Ferrero tampoco ocultaba su felicidad. "Es mi segunda ensaladera y con 24 años creo que es una hazaña. Me siento afortunado de estar aquí y espero ganar alguna más", decía el valenciano, al que sólo molestó que alguien le preguntara si aún estaba enfadado por no haber jugado los individuales. "Estoy igual de contento que todos", cortó. No fue la única pregunta que rompió durante un momento la euforia.

Los capitanes también tuvieron que torear otra cuestión inoportuna en ese momento sobre su continuidad en el cargo, después de las elecciones a la Federación Española de Tenis que están previstas para el 29 de enero y en las que Agustí Pujol, actual presidente, ya sabe que no tiene de su lado a la asamblea del tenis español. "Ayer os dije que pensárais en verde y no en negro cuando perdimos el doble; ahora veo el color plateado de esta copa. Ninguno de nosotros queremos pensar en otra cosa que no sea este gran éxito. Lo que venga ya vendrá", dijo Arrese, mientras los jugadores mostraban su sorpresa y Perlas se levantaba del asiento para ver la cara de quien había hecho la pregunta.

Ayer no estaban dispuesto a que nada cortara la euforia ni el momento que estaban viviendo en Sevilla. La fiesta debía continuar y continuó hasta muy entrada la madrugada, después de que los jugadores acudieran a la cena oficial que se celebró en el Pabellón de la Navegación en Sevilla.

Del día siguiente y las celebraciones que les esperan, no sabían todavía nada. Ayer no tenían agenda alguna. "¿Mañana? Supongo que estaremos de resaca. Bueno, ellos, porque yo no saldré esta noche", bromeó Moyá, provocando la carcajada general.