--¿Recuerda la primera vez que quiso ser portero?

--Siempre he querido ser portero. Desde los 6 años, cuando me apunté a fútbol en el colegio, lo tuve claro. Menos un lapsus en alevines, que algunas veces salía de jugador porque golpeaba bien la pelota, quise ser portero.

--¿Se planteaba ser profesional?

--Yo estudié en Santo Domingo de Silos hasta los 18 años, pero no me planteaba nada. Lo único que tenía claro era que me gustaba jugar. Profesionalmente no me lo llegué a plantear hasta que un día, con 14 o 15 años, un señor mayor que entrenaba con el primer equipo me dijo: "Si quieres, tú jugarás en el Zaragoza, chaval". Era Manolo Nieves.

--¿En sus años de la Ciudad Deportiva le marcó algún técnico?

--Se ha perdido ese espíritu que había. A mí Manolo Villanova me leyó la cartilla con 18 años cuando ya había empezado a entrenar con la primera plantilla, la de la Recopa. Entonces uno se creía algo, hasta que llegó Manolo y me bajó los humos. Lo que hizo fue recordarme todo lo que hay que trabajar y sufrir para jugar en Primera División. Ese poso de gente que había aquí, como Villanova, Nieves, Luis Costa, Vitaller... se ha perdido.

--El debut en Primera División no llegó con el Zaragoza.

--No, fue en Villarreal. Estuve seis meses con Chechu (Rojo) y cuando vino Mondragón había que buscar una salida. El Villarreal pensó en mí por la lesión de un portero, Luis Pascual. Jugué tres partidos. Debuté contra el Celta de Víctor Fernández.

--¿Notó el cambio?

--No. El fútbol es en todos los lados igual. Si uno está preparado, lo está para jugar en Primera, en Segunda... A mí las tonterías esas de que viene de Tercera o de donde sea, no me valen. En Tercera se juega con un balón igual y con las mismas dimensiones.

--Tras regresar a Zaragoza, tuvo un debut extraño en Mallorca.

--En el viaje me dio un pinchazo en la espalda y se lo dije a Chechu. Él dijo: "Bueno, tranquilo. A Juanmi no lo expulsan nunca ni se lesiona". A los 4 minutos, tarjeta roja. Y en el banquillo todos mirándome porque sabían lo que pasaba. Empatamos a uno con nueve jugadores. Luego ya jugué contra el Racing en El Sardinero, el día que se desmayó Prados García delante de Ceballos. No tenía mucha relación con Chechu, pero cuando volvió Juanmi me dijo que estaba encantado conmigo. De hecho, habló con Iñaki Saez para que me llevara a la sub-21. Y me llevó. Fuimos terceros en la Eurocopa.

--¿Le marcó el debut en casa?

--Sí, porque ese año los dos partidos los jugué fuera de casa (Mallorca y Santander). Entonces era compañero de habitación de Juanmi y una noche le empezó un dolor y tuvimos que avisar a las dos de la mañana. Lo subieron a la Quirón con un ataque de apendicitis. Al día siguiente jugué contra la Real y luego contra el Osasuna y el Celta, el último partido, que nos salvamos.

--Y luego la Copa.

--No tenía esperanzas de jugar la semifinal contra el Atlético, pero jugué todo y nos clasificamos. Creo que jugué la final con 10 partidos en Primera División.

--¿No tenía tan claro que iba a jugar esa noche en La Cartuja?

--No, claro. Luis Costa me dijo luego que él lo tenía muy claro, pero entonces yo pensaba que también era normal que jugase Juanmi, que era internacional. Es cierto que yo sabía que Luis confiaba mucho en mí y eso te da tranquilidad a la hora de jugar. Le debo mucho a Luis.

--¿Qué pensó en el minuto 4 cuando le marcó Mostovoi?

--Que pasaría a la historia como el portero más goleado en una final de Copa (risas). Jugamos un partidazo, en serio. Es una lástima, se ha perdido el espíritu que tenía gente como Aguado, Garitano o Aragón. Tenían un poso de tranquilidad que sabían cómo transmitirte.

--Es la cara. La cruz es la rodilla.

--La primera lesión grave, una triada, la tuve con 15 años. Fue fortuita. Haciendo educación física pisé una chaquetilla de chándal y me destrocé la rodilla. Esa tarde me iba con la sub-16 a jugar el Europeo a Turquía.

--Tantas horas en la camilla le pasaron factura con los años.

--La camilla fue parte de mi vida. Seguramente podía haber estirado mi carrera, pero es que llevaba diez años encima de una camilla y llegó un momento que pensé en tu futuro. Cuando fui a la revisión médica para la incapacidad, me dijeron que ni me la pasaban. Si dejas el fútbol con 28 años, o eres tonto o estás muy mal. Yo estaba muy mal.

--¿Las lesiones le han marcado su personalidad?

--Claro. Yo siempre he tenido carácter, pero esas horas de sufrimiento te dan una madurez que no es normal.

--Hay un partido amistoso en Castellón que no olvida.

--Yo ya sabía que esa temporada (04-05) iba a ser la última. Cani me decía que estaba siempre contento, no entendía por qué. Estaba saboreando el final, como un caramelo que sabes que se va a acabar. En la plantilla sí que notaban que estaba un poco raro, pero yo no decía nada. Hasta que un día, en un partido amistoso en Castellón, Víctor me dijo que me había visto bien y que igual me ponía el domingo. Le tuve que decir que me retiraba. Me llevó a comer para tratar de convencerme, pero yo lo tenía claro.

--En el club trataron de convencerle de que no se fuera, pero su decisión fue firme.

--Hablé con Miguel (Pardeza) y le dije que estaba cansado. Eran demasiadas operaciones, no me veía bien... Yo siempre he tenido un problema: o estaba para ser el mejor o no servía. Me intentó convencer para que me quedara de segundo portero, pero yo para eso no sirvo.

--¿También habló con Soláns?

--Sí. Me llamó a Pikolín, que era un búnker. Me dijo que ningún trabajador de todos los que había tenido le había dicho que renunciaba a una posibilidad así y que me quedara en el club de entrenador de porteros, de director deportivo, de director general... de lo que quisiera. "Elige el puesto que quieras", me dijo. Pero lo único que yo quería en ese momento era olvidarme del fútbol. Me insistió bastante, al final casi se le caen las lágrimas. Nunca olvidaré el enorme abrazo que me dio.

--Es una demostración de honestidad poco común.

--Bueno, yo soy como soy y no voy contando estas cosas por ahí. Pero, vamos, mi familia sí que lo reconoce.

--Supo coleccionar títulos pese a no jugar muchos partidos.

--Dos Copas y una Supercopa, además de un descenso y un ascenso. Contando solo los partidos de Primera no llegué ni a cien. Se dieron cuenta cuando me iban a dar la insignia de oro y brillantes, pero Alfonso Soláns dijo: "Le damos la insignia y una portería si hace falta".

--¿Con qué se queda?

--Con el ascenso. Era un equipo que no tenía tanta calidad, pero teníamos un vestuario con un ardor aragonés de narices. Esa tozudez no creo que se haya encontrado en ninguna otra etapa en el Zaragoza, con Cani, Soriano, Cuartero... y Generelo o Espadas, que eran como aragoneses. Y luego había gente de calidad, como Galletti, Aragón, Juanele...

--Con las cuentas de Soriano.

--Sí, sí. Había una pizarra y desde el primer día iba apuntando los puntos que nos faltaban. Faltaban 40 partidos y ya ponía lo que nos faltaba. Él había calculado 72 puntos. Y 72 hicimos. Además, hacía cálculos también por bloques de jornadas. Una locura en un vestuario ideal.

--¿Se acuerda de las faltas de Beckham y Roberto Carlos?

--En youtube te la recuerdan a todas horas (risas), pero también que has hecho historia. En esos momentos no percibes, por ejemplo, que has participado en un tercio de las Copas que tiene el Zaragoza. Pero sí, sí me acuerdo. Y me las reprocho, sobre todo la de Roberto Carlos.

--El Zaragoza lleva años en caída. ¿Es todo culpa de Agapito?

--El club ha ido perdiendo sus señas de identidad. Se dejó de fichar gente joven con proyección para traer a otros como Ayala. Del Milito de turno, que ganaría 80 millones de pesetas, se pasó a gente como Ayala, de 6 millones de euros, lo que valía una plantilla entera, vamos.

--¿Cómo arreglaría el Zaragoza?

--Más que arreglarlo, lo que quiero es que no se estropee más.

--¿Conoce a Agapito?

--No tengo esa suerte. Como persona tendrá sus virtudes, pero como gestor, como dijo Movilla, me ha defraudado.

--Al que sí conoce es a Víctor Muñoz. ¿Qué puede aportar?

--Es capaz de conseguir un rendimiento muy alto en poco tiempo, en lo táctico y en lo físico. Lo que no sé es si la plantilla está preparada para asimilar tantos conceptos en tan poco tiempo, pero Víctor es un experto en eso.

--¿Es un bombardero?

--Yo me consideraba pesado y constante, pero cuando lo conocí me di cuenta de que había gente aún peor que yo (risas).

--¿Qué hace Víctor Muñoz?

--Mete mucha sesión de vídeo de su equipo para corregir errores. Le gusta hablar bastante con los jugadores, reafirma a los que necesitan ser importantes para el grupo y rebaja a los que están crecidos. Su idea es salvar al equipo, pero estoy convencido de que si es capaz de ganar un par de partidos seguidos, las miras pueden ser más altas. Tampoco es cuadriculado tácticamente, seguro que vemos jugar al equipo de varias maneras.

--¿Tiene expectativas como técnico de élite?

--Empecé a entrenar nada más dejar el fútbol en el Stadium con un equipo de críos, casi por hacer algo por las tardes, pero me he ido sacando todos los carnets. A final de esta temporada me dan el nacional. Tengo ganas de devolver a la gente joven lo que me dieron Villanova, Nieves... Y lo que me haría muchísima ilusión es que volvieran generaciones como las que tuvimos.

--¿Cómo es un padre cuando entrena a su hijo?

--Yo soy exigente y él lo sabe. Yo también coincidí con mi padre, que es profesor de matemáticas y era muy exigente. Yo tenía una media de notable y él se cepillaba a todo el mundo. Así que yo pensaba: "este me va a joder" (carcajada). Al final lo cambiaron de clase y no coincidimos.