En la antigua Grecia las mujeres tenían prohibido participar en los Juegos Olímpicos. Eso no impidió que hubiera Cinisca, princesa espartana, se coronara. Eso sí, sin competir. El truco era que en las carreras de carros de caballos el ganador era el propietario. Y, aunque no pudieran participar en la arena, sus caballos le brindaron un doblete olímpico en los Juegos del 396 y 392 antes de Cristo. De hecho tiene hasta una estatua erigida en su honor en el templo de Zeus en Olimpia. Pero la primera deportista que logró la gloria olímpica fue Charlotte Cooper, un hito del que este sábado se cumplieron 120 años.

La tenista británica hizo historia en los Juegos de París 1900, los segundos de la era moderna, al imponerse el 11 de julio de 1900 en la final femenina a la francesa Hélène Prevost (6-1 y 7-5) y también se llevó el triunfo en el doble mixtos junto a Reginald Doherty al batir de nuevo a Prevost, que hacía pareja con Harold Mahony. Por entonces Cooper ya se había quedado totalmente sorda debido a una infección y se había coronado tres veces en Wimbledon, torneo que ganaría cinco veces (1895, 1896, 1898 y 1901 y 1908). La hierba del All England Club era su jardín particular: allí llegó a disputar 11 finales, ocho de ellas consecutivas entre 1895 y 1902, récord que estuvo vigente casi 90 años, hasta que Martina Navratilova enlazó nueve entre 1982 y 1990. A día de hoy Cooper sigue siendo la más veterana en haber ganado Wimbledon, tras haber conquistado el último con 37 años.

22 pioneras

Cooper fue una de las 22 pioneras que en 1900 participaron en modalidades aristocráticas como la vela, el croquet, hípica, el golf, además del tenis, siendo estos dos últimos los únicos deportes en los que hubo competición femenina individual. "La presencia de la mujer en un estadio resultaba antiestética, poco interesante e incorrecta", sentenciaba Pierre de Coubertin, padre de los Juegos Olímpicos modernos y que se opuso a que hubiera mujeres compitiendo en la primera edición.

El barón, presidente del COI hasta 1925, concedió que en la segunda pudieran participar en algunos deportes nobles, pero impidió tiempo que se las incorporara en competiciones atléticas pese a la persistencia de Alice Milliat. Pionera y activista del deporte femenino, ante la negativa del COI a aceptar que las mujeres entraran en el calendario atlético, Milliat creó Federación Deportiva Femenina Internacional desde la que alumbró en 1922 los Juegos Olímpicos Femeninos. El uso del término olímpicos enervó al COI que exigió que se usara esta denominación. Rebautizados como Juegos Mundiales Femeninos, la segunda edición fue un éxito y obligó al COI (ya sin Coubertin) a mover ficha aceptar a regañadientes que hubiera mujeres en el tartán olímpico en 1928. Aunque solo fueron cinco pruebas, el tabú se había roto definitivamente.

En el deporte español, Lili Álvarez, tenista como Cooper y también en París, se había convertido en 1924 en la primera en competir en unos Juegos, en los que también participó Rosa Torras. Con la excepción de Margot Moles y Ernestina Baenza, que disputaron la combinada de esquí alpino de los Juegos de Invierno de Garmisch en 1936, hasta 1960 en Roma no volvería a haber otra olímpica española. Las primeras medallistas no llegarían hasta 1992, cuando Blanca Fernández Ochoa se colgó el bronce en los de invierno de Albertville y la judoca Miriam Blasco se convirtió en la primera campeona olímpica española, 92 años después de que la pionera Cooper.