Martin Grudzien finalizó ayer su turno de tres semanas seguidas durante el invierno como guarda del refugio de Cap de Llauset. Le relevó después de esas jornadas de trabajo Raúl Martínez, que estará solo otros 21 días a 2.425 metros de altitud, en lo que es el refugio a más altura del Pirineo aragonés. El tercer guarda de esta instalación que fue inaugurada este verano es David Castillo.

Martin Grudzien ha tenido que vivir en esta caseta metálica unas duras jornadas de frío siberiano. Pero el pasado miércoles el tiempo ya se había estabilizado. «Tenemos espesores de 2,10 metros de nieve muy venteada, que se ha ido en algunos lugares, quedándose la nieve vieja. El martes tuvimos vientos de más de 100 kilómetros por hora», explica Martin.

Para el guarda son unas circunstancias normales en la montaña. «Ha habido inviernos más duros. Por ejemplo, en el 2012 nevó más en la Casa de Piedra», explica. Este guarda recuerda mucho al himalayista Reinhold Messner y tiene acento catalán. Pero es checo. Nació hace 36 años en Trutnov, una localidad fronteriza entre la República Checa y Polonia. «Allí las temperaturas son más frías que en Cap de Llauset. Es normal llegar a los 30 bajo cero. Eso sí, la altura es más baja que en el Pirineo. Son montañas viejas que alcanzan los 1.600 metros de altura», afirma.

Lleva trece años viviendo en Aragón. «Vine de voluntario europeo con un programa de la Federación Aragonesa de Montañismo y Prames. Después hice un curso de guía de montaña y empecé a trabajar como guarda de refugios». Martin ya ha trabajado en Góriz, la Casa de Piedra o Bachimaña y ha estado de refuerzo en Bujaruelo y Estós. No tiene añoranza a su tierra natal. «De momento no tengo intención de volver. Nunca se sabe dónde te lleva la vida, pero yo estoy abierto a todo lo que venga», afirma.

Martin llevaba trabajando en Cap de Llauset desde el día de Nochevieja, haciéndole el relevo a David Castillo. «Ese día el refugio estuvo lleno con 32 personas. Cenamos más tarde y dimos a los montañeros un confit de pato. Pero hubo poca celebración porque no se buscaba la fiesta en este ambiente montañero. Los clientes quieren tranquilidad», afirma.

Desde entonces y hasta ayer Martin trabajó en el refugio. Los últimos clientes llegaron el puente de Reyes y desde entonces estuvo solo doce días. «Tengo un libro electrónico y paso horas leyendo. El último libro ha sido El Tercer Chimpance, de Jared Diamond», explica. No tiene un minuto libre en pleno invierno este guarda checo. «No se me hace largo el día estando solo. Mi trabajo es complejo. Tienes que saber moverte por el monte. Me dedico al mantenimiento, veo cómo están las instalaciones, realizo reparaciones, cocino, limpio las placas solares de nieve y paleo a lo bruto toda la nieve que tapa el acceso a las puertas, los sótanos y la ventanas», explica.

El acceso

El refugio se encuentra en plena camino del G.R.-11 desde Cataluña hasta Benasque, al sur del Aneto y a hora y media de la cima de Ballibierna. En verano una pista y el sendero llevan desde la localidad de Aneto en tres horas y media al refugio. En invierno la cosa cambia. «El jueves se realizó el porteo y en la mochila llevaba mi compañero verdura fresca y fruta, que es con lo que soñamos, porque escasea. Carne sí que hay en el refugio. La semana que viene se hará otro porteo con el helicóptero con pan, lechugas, pimiento y cebolla», afirma Martin. Ese porteo invernal se hace por dos collados, el de Rigüeno y Estanyets. «Es un camino más seguro que el de verano porque no hay peligro de avalanchas. Pero cuesta unas cinco horas porque hay que hacer huella».

Lo más duro para el checo es el verano, porque «se duerme muy poco. El invierno es bonito por el ambiente entre los montañeros y las vistas. Cuando descanso vivo en Zaragoza, pero no se cuál es peor clima. Allí no es una gozada». En tantos días trabajando solo ha estado tranquilo. «La desgracia ajena no me hace gracia. Pero siempre se pueden complicar las cosas. Aviso si las condiciones de la montaña están mal para evitar accidentes», concluye.