Mientras sobre la cabeza de Agapito Iglesias ha empezado a sobrevolar una ciclogénesis explosiva que amenaza con no remitir en tiempo, sobre la consistencia del equipo empezó a llover de nuevo tras la desconsoladora derrota contra el Barça B. Como a perro flaco todo son pulgas, Cortés y Acevedo cayeron en combate a la vez, coincidiendo también con la lesión de Arzo, ya ausente el domingo y seria duda para Lugo. Con ese parte de guerra, Paco Herrera tiene la plantilla en cuadro, especialmente la defensa. Cuatro titulares (Fernández, Álvaro, Laguardia y Rico, alguno porque no queda otro remedio) y uno más (Abraham). Como el domingo, eso sí.

No hay más que eso disponible. Esto y Paredes. El club no quiere que el capitán y José Mari jueguen más. Movilla está sentenciado: no volverá a hacerlo. Ni con lesionados ni sin ellos. Ni con sancionados ni sin ellos. A Herrera, hombre de club y al tiempo entrenador, le gustaría que hubiera una excepción a esa regla en situaciones límite como la que se le ha presentado ahora.

Está en una encrucijada. Si no lleva a Paredes o a José Mari a Lugo, porque se pliega y no los lleva. Y si cita a alguno de los dos, porque los cita, sabiendo como sabe que ese sería un plato de gusto amargo en el club. Estamos ante un problema mal resuelto porque sigue sin resolver. El Zaragoza debería posicionarse oficialmente: o no juegan más o pueden jugar. Y caso cerrado. Mientras no lo haga los chuzos de punta caerán sobre Herrera. Se va a ganar el cielo.