Casi no doy crédito cuando consigo poner mis pies sobre la cima del Gasherbrum I. Son las 12 de la mañana y hemos tenido que realizar 10 horas de esfuerzo para llegar hasta este punto del Karakorum. Nos hemos puesto de acuerdo todos y hemos trabajado en equipo, abriendo una zanja en la nieve polvo que cubre toda la montaña. Doy los últimos pasos y observo lo que se esconde al otro lado. Impresionante. Es una cima esbelta y con una panorámica soberbia. Todos los que estamos aquí nos hemos ganado a pulso la cumbre. El esfuerzo ha sido desmedido. Los 55 días de campo base, al final, han dado su fruto. Hemos sido recompensados por nuestra paciencia y tesón. Para mis compañeros Willy y Raquel la emoción no puede ser más grande. Han coronado su primer ochomil y aquí están, los dos abrazados en lo más alto. Willy ha trabajado muy duro, pero se ha encontrado en buena forma. Raquel ha sabido sufrir como una jabata y ha entregado hasta el último ápice de energía. Otro compañero, José, también ha conseguido coronar. Estamos los cuatro arriba y todos los demás compañeros de otras expediciones, sin cuya colaboración no habríamos podido subir. Unas cuantas fotos, abrazos, lágrimas de emoción y comenzamos el difícil descenso. El terreno es muy empinado y las condiciones de la nieve, muy malas. Vamos de cara a la pendiente y con sumo cuidado. De repente, José, nuestro compañero de Elche que se ha adelantado un poco, resbala y comienza a caer. En primera instancia parece que se detiene, pero no es así. Toma velocidad y se precipita en el vacío, con un salto de más de 800 metros. Nos quedamos helados, pues ya imaginamos el resultado. No es posible sobrevivir a esa caída. Es difícil explicar el sentimiento de rabia e impotencia que sentimos. No nos conocíamos demasiado, pero estos días de expedición son más que suficiente para entablar una bella amistad que, de pronto y de forma cruel, se ha quebrado para siempre. ¿Qué más podemos entregar a esta montaña? ¿Qué sacrificio último tenemos que realizar? Cuando llego al campo base no siento nada. Estoy vacío. Sólo tristeza por lo acontecido, sin que ningún atisbo de alegría llene este triste momento. Cima, sí, pero qué amarga ha resultado. Qué difícil llamada a su familia para narrar lo peor que hubiese imaginado contar en la vida. Me voy a dormir, agotado, triste, aprendiendo una vez más lo crueles que son estas montañas o lo crueles que llegamos a convertirlas. Sólo me queda la alegría de haber conocido a una buena persona, de haberle visto hacer realidad su sueño y de haber peleado codo con codo por conseguirlo. Sólo espero que el tiempo reconforte a una familia destrozada, que acepten que los sueños de las personas marcan nuestro destino y que vivimos de acuerdo a nuestras creencias. Hasta siempre, José.