Al Barça siempre le quedará París, el recuerdo del 17 de mayo del 2006. Desde entonces, el Barça ha vuelto a la ciudad que alumbró una nueva era, la mejor de la historia y que mereció la reverencia de un admirador del estilo, Laurent Blanc ("jugamos contra los maestros de este juego"). Lo ha hecho en duelos menores y al otro lado de París, de Saint Denis al Parque de los Príncipes, la casa de un club que no pasa de ser un nuevo rico sin más pedigrí que el que le da el dinero de un aliado común: Catar.

La música de la Champions tendrá esta noche mucho más sentido que en el estreno ante el Apoel. Este sí es un partido digno de una competición que, a menudo, no hace honor a su nombre en la fase de grupos. Así que hoy Luis Enrique no agitará el equipo como ante los chipriotas. Nueve cambios que alteraron el pulso del juego y que convirtieron el partido en un pasatiempo donde nadie se lo pasó bien. Ni en el campo ni en la grada. Consciente o insconscientemente, el Barça pasó de puntillas y se quedó con un triste 1-0.

Apenas un par de piezas bailan en el equipo titular. La pareja de centrales y el acompañante de Messi y Neymar. Atrás aparece Piqué como posible acompañante de Mathieu o Mascherano, aunque la baja de Ibra rebaja la necesidad de centímetros, y quizá Luis Enrique mantenga su tándem preferido. Delante, Pedro entraría por Munir. El primer cambio, de todos modos, se producirá en la portería donde se da por hecho que volverá Ter Stegen. Esta rotación sí parece intocable en la Champions.

Este Barça se presenta mucho más solido y, curiosamente, quien más podría amenazar esa imbatibilidad no está para jugar. Para hablar, sí, eso siempre. Pero Blanc dio por descartado a Ibrahimovic, que es al PSG lo que Messi al Barça. Bueno, no tanto porque Messi es mucho más que cualquiera. Y pese a jugar sin Ibra, Thiago Silva y Lavezzi, Blanc proclamó que jugará al ataque. Como su admirado Barcelona.