Mire por donde se mire, este Real Zaragoza es un club de amateurs de cabo a rabo. Apenas hay algún profesional en la estructura piramidal, fruto de la erosión económica que sufre para incluir en nómina a personas con preparación y experiencia. Va contratando cargos directivos altos, medios y bajos en función de una tesorería devastada, lo que le ha conducido con progresión milimétrica al borde del abismo deportivo y social. A falta de talento natural, el efecto dominó gobierna el desgobierno. Los directivos de más rango carecen de criterio deportivo y depositan los proyectos en recién llegados o en gente de paso. Así, entre todos, han convertido a la entidad en un juguete roto, imposible de subastar ahora mismo en mercadillo alguno. Las teorías del ascenso y la de la que no hay plantilla mejor que está explican con meriadana nitidez muchos de los porqués el equipo se encuentra sin respuesta frente a la tragedia: están superados por un clima para el que no tienen el vestuario adecuado en el armario.

El Real Zaragoza no ha desembocado en la zona más dura del descenso por casualidad, sino como consecuencia de acciones y decisiones terribles. Cada temporada peores. La reducción de la calidad en el vestuario y en el banquillo resulta escandalosa, pero como el enfermo respiraba y hasta salía de paseo por el playoff, se le daba por sano. Hoy, sin embargo, se ha quedado sin aliento. No hay figuras relevantes ni con la suficiente personalidad para recuperar a un grupo huérfano de líderes. El vacío de poder lo ocupa todo: futbolistas de la cantera superados por un escenario que no les corresponde; jugadores desenganchados de sus deberes profesionales y otros sin las mínimas prestaciones para desenvolverse en esta categoría y un director deportivo que ha dado forma al engendro y lo amamanta primero con un técnico de supuestas finas hiernas y a mitad de la lactancia con otro de ramas secas. En Riazor se comprobó, en gestos sobre el campo y en palabras ante los micrófonos, que la atmósfera es irrespirable. Ni se buscó la excusa de un colegiado que concedió al Deportivo dos goles en fuera de juego.

Nadie está preparado al cien por cien para desactivar la bomba. Tampoco es seguro de que exista una conciencia colectiva de que falta muy poco para activar el nivel DEFCON 1. La preocupación se sobrentiende y el deseo de hacer algo, también. Pero el Real Zaragoza sigue en las manos de aficionados que deberán negociar con la mayor crisis de la historia de un club que les pide, de inmediato, que intervengan con la máxima urgencia, responsabilidad y medios (que los tienen) a su alcance. Si no va a ser así, que se lo expliquen a los más de 27.000 abonados que pagan religiosamente su cuota