El peligro les acecha continuamente. Nunca saben si van a encontrarse en una situación comprometida y, si llega el caso, están solos. Desprotegidos. Los árbitros aragoneses superan con una entrega desmedida a su trabajo las carencias que sufren, la falta de prevención y de medidas. Son pocos, tienen que administrar la ley del fútbol en muchos campos cada fin de semana y suelen ser el blanco, aunque vistan de negro, de críticas, insultos y otras manifestaciones de la ira de jugadores y aficionados. Un problema universal, que recientemente afectó al internacional sueco Anders Frisk en el Roma-Dinamo de Kiev en la Liga de Campeones.

"Estamos siempre en el ojo del huracán, independientemente de nuestras actuaciones", dice Manuel Cortés, colegiado en Regional Preferente. "En ocasiones lo que ocurre es que, en general, se desconoce el reglamento y la gente no sabe que una acción ha de sancionarse como tú lo has hecho", comenta Aitor Mensuro Miguel, que actúa en Segunda División B y que estuvo en Segunda A hace dos temporadas.

El primer problema del arbitraje aragonés es el escaso número de efectivos. El Comité Técnico cuenta con unos 250 colegiados de los que, cada fin de semana, salen a los campos cerca de 200 para cubrir más de 600 actuaciones, entre arbitrajes principales, asistencia desde la banda o cuarto árbitro. "Hemos estado peor, porque nos han tocado hasta ocho encuentros por fin de semana, pero desde que entró la nueva junta directiva al comité, hemos aumentado en número y se nota", explica Cortés. Este dato repercute negativamente en el nivel del arbitraje porque "no se llega en igualdad de condiciones al primero y al último de los partidos", asegura Aitor Mensuro.

Algún error eventual, "nos damos cuenta cuándo nos equivocamos, pero no se puede rectificar ni permitir que afecte al resto del partido", dice Cortés, unido a la costumbre de señalar siempre al árbitro como culpable de todos los males, pueden derivar en situaciones, poco habituales pero muy desagradables, en las que peligra la integridad física de los colegiados. "A los insultos ya estamos acostumbrados y no nos afectan, pero lo más desagradable es cuando se produce una invasión de campo", comenta Mensuro Miguel. En esos momentos, el árbitro está más solo que nunca.

Decisión policial

"Ahí la desprotección es total", señalan todos. Pero la seguridad no depende ni del comité de árbitros ni de la federación, sino de los clubs, que pueden solicitarla, y de las propias fuerzas de seguridad del Estado, que valoran el riesgo de cada choque y, en función de eso, envían a miembros de la policía o de la Guardia Civil para velar por la seguridad en los campos de fútbol. Pero a veces, ni siquiera su presencia es suficiente. "Recuerdo especialmente un partido en Lécera, en una promoción de ascenso. Al final del partido, nos rodearon unas 300 personas en el campo. Había cuatro guardias civiles, pero pudieron hacer poco. Cuando logramos salir del campo, más de un centenar de personas se habían sentado en la carretera para que no nos fuéramos, y todavía nos esperaban a las afueras del pueblo", relata Cortés.

Ante esas situaciones, el árbitro llega a cuestionarse su papel. "Te preguntas qué pintas en medio de todo eso", reconoce Cortés, "y si merece la pena seguir arbitrando", añade Mensuro. "Me siento respaldado al 50%, porque hay muchas veces en las que los jugadores no te facilitan nada tu labor, aunque también hay ocasiones en las que nos complicamos nosotros solos", opina Manuel Cortés. Pese a todos los problemas y dificultades, ninguno duda en volver a colgarse el silbato y salir cada semana a los terrenos de juego. La pasión con la que viven el fútbol supera las adversidades y la soledad. "Te engancha. Merece la pena", dice Mensuro.