Es muy raro. Tiene que caer una buena para solidificar todo ese caudal. La cascada del Cinca es un icono de Pineta y muy pocas veces se congela entera. «Quizá ocurra cada veinte años. Pude escalarla una vez. El otro día pasé cerca y parecía que estaba en condiciones». Habla Jonatan Larrañaga, formador y especialista en escalada en hielo. Vasco de Getxo, guía internacional con base en Benasque, se frotaba las manos esta semana comprobando las temperaturas siberianas. No porque buscara calorcito en la fricción sino porque ya se imaginaba abriendo vías colgado de sus piolets curvados.

Filomena ha provocado la congelación de muchos torrentes verticales, una oportunidad única para practicar una disciplina reservada para muy pocos y que en el Pirineo solo se abre un puñado de semanas. La entrada del Foehn, un viento cálido del norte, ya ha empezado a derretir el efecto de la borrasca. «Hace quince años la temporada se abría de diciembre a marzo, ahora con el cambio climático se reduce a dos meses. El hielo consistente no se forma en dos días», avala Jonatan, que esta semana ha realizado cursos de hielo y esquí para la Kirolene, la escuela vasca del deporte.

Canadá, Nepal, Pakistán, India, Alaska, Etiopía, Alpes o su querida Patagonia. Alrededor del planeta trepando como miembro del equipo nacional de alpinismo y del Basque Team o guiando a clientes entre montañas. Siempre entre montañas. En los últimos años se ha decantado por el hielo y por enseñar. No es un elemento sencillo. Efímero, hay que conocer sus reglas. «No sabes que te vas a encontrar hasta que no estás debajo de la cascada y le das cuatro golpes, ves si baja agua por debajo, si existen fracturas… Hay que estudiarlo mucho en su grado de dificultad por su alto nivel de riesgo y compromiso», incide el maestro vasco.

La orientación de la ladera, si es más o menos sombría, la inclinación, el peligro de aludes en la aproximación o en la misma trepada, el color del material, el estado de la base o del nacimiento... Son muchos los indicadores a repasar antes de meterte en la faena. «El color azul o verdoso es el más óptimo. El blanco enseña que está menos consolidado, que tiene aire en su interior. Es más peligroso», avisa Larrañaga. En el Pirineo se forma el hielo de fusión, alimentado por las campas de nieve superiores y la oscilación térmica entre el día y la noche. En otras cordilleras se escala por hielo glacial, más viejo, fósil. «En Pirineos también se forma en barranqueras, es el más fácil de interpretar y leer, óptimo para realizar cursos de iniciación», incide este especialista.

La evolución de los materiales ha propulsado este arte. La curvatura de los ángulos de los piolets de doble asa, las dragoneras, los crampones con puntas frontales dentadas, cuerdas dobles o los tornillos adaptados. perfeccionan la técnica en hielo con el condicionante evidente que lo aleja de la roca. «En la roca tienes la sensación de saber qué fuerza estás imprimiendo con tus manos y pies sobre la pared. En el hielo, no. No es un tema tan físico como técnico y psicológico. Hay gente que va muy fuerte en roca pero no traspasa el límite del hielo. Es un punto mental que te lo da la experiencia».

Otro cambio es la nomenclatura de la dificultad. Hay dos escalas conjugadas. La primera, de compromiso, expuesta en números romanos del uno al siete, se vincula a elementos objetivos (acceso hasta la vía, seracs, riesgo de aludes…). La segunda marca el grado técnico vinculado a la pendiente. El máximo (7+) puede alcanzar el 100% de inclinación, la verticalidad plena. «Lo bonito del hielo es que la dificultad varía en la misma cascada. Desde abajo ves la línea por la que vas a subir. Cuanto más nivel tienes, buscas la más vertical, que tenga un punto deportivo motivante y seguridad óptima. Según las sensaciones que tengas puedes decidir ir por un lado u otro», advierte el alpinista.

Existen también vías mixtas, donde se combinan tramos de roca y hielo. Como el área de Fuenfría, en la Bal de Chistau. «Tiene varios tramos de roca antes de llegar a la cascada. Es la zona de excelencia y más bonita en el Pirineo aragonés», indica este escalador. El propio Valle de Benasque (Ardonés, La Ruda o Aigualluts), Bielsa (El sueño del agua), Canal de Izas (Historie d l’Eau) o Canal Roya (Os Diaples de Panti o Enajenación mental) esconden rutas de primer nivel ahora que no se puede cruzar a Gavarnie, uno de los puntos emblemáticos de la escalada en cascadas de hielo en Europa. La volatilidad del hielo provoca que el entrenamiento tenga que hacerse en paredes de piedra con las condiciones más cercanas al invierno. Es el denominado Dry Tooling, con competiciones propias, incluso en rocódromos.

Pero en estas paredes no se van a desprender del cielo los bloques de hielo ni existe el miedo a que te caiga encima una avalancha, los dos principales temores al acometer una subida. Los bloques pesan como el hormigón y no son broma cuando estás aguantado por unos piolets. Hay que saber dónde poner una fijación que asegure una posible caída y deje avanzar. «No es lo mismo un tipo de hielo que otro, porque se te puede desplomar una columna entera, y eso es como si se te cayera un autobús», advierte Larrañaga. Por eso hay que saber lo que se hace o renunciar. «He llegado a tardar hasta tres años en subir una cascada porque iba hasta allí y no lo veía claro. Te vuelves y ya está».